[Publicación] 2&3 Dorm

 

Declaración de Varanasi

Se podrían decir cuestiones definitivas sobre la realidad sin tener miedo a equivocarse. Incluso el sentido común hegemónico ha expresado esa idea en frases típicas como “la realidad supera la ficción”. Lo definitivo tiene que ver justamente con las condiciones de vida que imperan.

Al mismo tiempo el deseo de formular algo extraordinario, es decir, fuera de los términos ordinarios que regulan nuestras vidas, pulsa de una consciencia más o menos consciente de que estas vienen siendo colonizadas por una lógica que nos esclaviza. Este profundo mal-estar de la modernidad está calcado sobre una sociedad que se identifica en fragmentos especializados de tiempo y espacio: son las formas-funciones de producción que producen funciones formales para nuestras vidas.

Dicho lo anterior, consideramos necesaria una discusión crítica sobre las condiciones de vida de nuestra época y las prácticas espaciales que las estructuran socialmente. El sentido concreto de esta crítica nos inquieta, es una cuestión fundamental que permanece abierta y a la vez inaccesible.

Lo cierto es que estas condiciones no han cambiado sustancialmente desde hace más o menos medio siglo, momento en que la humanidad asaltó por última vez a la cultura dominante con algo de éxito y sincronía. Al contrario, se han confirmado, intensificado y deteriorado aún más profundamente. Por eso resulta necesario actualizarlas a la luz de sus desarrollos y de sus rupturas, entendiendo hoy el movimiento que desde antes ya apuntaba hacia el futuro, a través de un método progresivo-regresivo. Los alcances sobre el futuro, sin embargo, no deben ser propositivos en el sentido positivo, pues la demiurgia aniquila la crítica, deben ampliar el horizonte de sus posibilidades.

Una oscura nube de malos entendidos y carencias de sentido hace sombra sobre los conceptos y categorías que definen los problemas relacionados con la producción del espacio y la vida cotidiana. Que eso ocurra no es tanto una casualidad como el resultado de la fragmentación de los saberes dada la intensificación de la división social del trabajo —que es, básicamente, la violenta mecánica social que disecciona la vida a través de procesos múltiples de alienación, de la promoción totalitaria de la ideología y de la enigmática operación del fetichismo de la mercancía.

Por medio de dispositivos de mistificación y control, la sociedad moderna usa e intercambia nuestras energías para la ampliación de sus poderes técnicos y la expansión forzada de sus mercados. Se configura, y configura para ella misma, una territorialidad propia de las privaciones y sobrepone al tiempo mecánico del reloj (repetitivo) el tiempo productivo del calendario (acumulativo). En estos intersticios, la historia —es decir la transformación de lo real— no se plantea como el sentido de la vida, ya que las personas son producto de una historia de la que no tienen control. Como se señaló hace ya más de un siglo es evidente que ellos hacen la historia, pero no libremente. Somos sujetos negativamente, y la alienación es la condición constitutiva de aquello que se realiza como nuestro cotidiano. La vida cotidiana se torna cotidianidad; nivel de la práctica social que totaliza la alienación social.

Las ciudades están muertas. El ideal humanista que las revestía y llenaba de contenido (si no como realidad al menos como idea de si misma) ha sido vaciado y reemplazado por la hegemonía social del capital, que se organiza espacial y temporalmente por medio del urbanismo. La producción espacial abstracta del capital ha conseguido anular la historia y el pasado, lo que habitamos hoy son las ruinas de ese ideal o una representación; aunque hayan algunas ruinas que brillan, siguen siendo ruinas.

Considerado acríticamente como un conjunto de disciplinas en si mismas neutrales, dedicadas a la producción espacial y la organización de los asentamientos humanos, el urbanismo se presenta históricamente como la ideología de la ocupación del territorio y, a través de este, de la vida cotidiana.

Entendemos la ideología como la forma en que se reproducen los valores esenciales del pensamiento burgués y las relaciones de producción capitalistas. Es un mecanismo que opera a nivel subjetivo y se realiza objetivamente en lo social, al mismo tiempo que el fetichismo traduce esa objetividad a una dimensión subjetiva para hacer aparecer aquello que es producido socialmente como algo natural.

El discurso que hablan los centros de formación de especialistas del espacio es el de la hegemonía social de las mercancías. La educación, tal como se imparte en estas instituciones, es una forma de reproducir y darle continuidad al espacio que ha sido, como todo en nuestra época, reducido al patrón común del dinero.

Podemos hacer todas las exposiciones, congresos y equipos de gobierno que queramos entre especialistas del espacio, pero seguirán siendo nada más que eso: un grupo especializado de la división social del trabajo. El estudio del espacio y de la vida cotidiana se debe poner más allá del punto de encuentro de las ciencias positivas parcelarias, si no sería la suma de todos los fragmentos reiterando su separación. Un pensamiento crítico que no considera las negatividades del proceso social no puede concebirlo en su totalidad.

La arquitectura se reduce hoy a un software que proyecta espacios a partir del cálculo de cuanto capital se puede extraer de un determinado terreno o territorio. Es decir, cuantas propiedades se pueden apilar y cuánto vale cada metro cuadrado. Al arquitecto le conciernen apenas decisiones cosméticas: si serán adornos neoclásicos en yeso o si va a apostar por un estilo moderno en concreto, acero y vidrio, o su variante eco-sustentable en madera y tierra. No importa si es para viviendas sociales, centros de negocios, de cultura, o casas para la burguesía ilustrada, su función radica siempre en dar lugar y fijar el valor abstracto que estructura el capital. La arquitectura hoy, en tanto práctica especializada, es ese valor abstracto que se realiza en beneficio de unos pocos contra todos los demás.

El ámbito y sentido en que se plantean los problemas de la arquitectura como práctica, o simplemente carecen de una reflexión sustancial, o están condenados a ofrecer respuestas parciales y vagas de lo que ellos mismos, como profesionales y especialistas, están intentando responder. La verdadera práctica arquitectónica se encuentra fuera del ámbito de la arquitectura profesional, y es esta última la que bebe de la primera, no al revés.

De la misma forma en que el capitalismo avanzó vertiginosamente subsumiendo todas las sociedades hasta abarcar la totalidad del planeta, integrando todas la formas económicas en una sola economía política, así también lo urbano se desarrolló durante el siglo XX hasta abarcar la totalidad del territorio, superando la distinción entre campo y cuidad en una sola totalidad abstracta y fragmentaria, una realidad espacio/temporal a la vez dislocada y unificada. La geografía (ciencia del territorio y el espacio) está determina hoy exclusivamente por esa totalidad urbana contradictoria que no tiene un afuera y que no admite en su interior, permanentemente en movimiento y estático al mismo tiempo, ninguna otra lógica que no sea la del espacio-mercancía.

El capitalismo se universaliza también como metáfora: el Capital, como el universo, es absolutamente contingente, nada está fuera de él, todo está adentro, y está en constante expansión.

El progreso, que se ofrece a la par y con la asistencia de la educación capitalista del espacio, no es otra cosa que la eterna promesa de un futuro de igualdad, libertad y abundancia para este eterno presente de negación de la vida. La igualdad y la libertad prometidas desde el iluminismo por la sociedad capitalista son el fundamento moderno para la compra-venta de fuerza de trabajo —es la disculpa por la cual el Estado promulga la libre explotación del trabajador por parte del Empresario. La abundancia soñada es el premio acumulado a ser sorteado en este juego de azar que nada tiene de lúdico. Sus pocos ganadores animan esta cosa a la que llaman vida con un montón interminable de mercancías. A los perdedores (la mayoría) no le faltan modalidades increíbles de miseria. Y a los que sobran les resta a penas el tedio.

La aporía del progreso, sin embargo —tanto como muchas otras que construyen nuestra vida cotidiana hoy—, solo es posible resolverla por medio de un sentido común dialéctico. Tal sentido común existe hoy solo como rastro o ilusión, pero existe.

Comité Editorial 2&3DORM

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