[Publicación] Comunidad de Lucha N°2

Segundo numero de la publicación agitativa «Comunidad de Lucha», distribuido en el territorio dominado por el Estado Chileno, cuyo contenido es:

-Viña del Mall: Una festividad para atontar y acortar el verano.

-«Ley Sophia»: ¿Proteger la niñez? No, endurecer la represión

-Ni turismo ni bronceado: algunas reflexiones sobre
lo que ocultan las anheladas vacaciones

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Viña del Mall: Una festividad para atontar y acortar el verano.

Mientras en otros países los carnavales y fiestas populares forman parte de un legado de tradiciones pre-capitalistas que se niegan a morir, en donde se expresan de manera confusa pero auténtica tanto los restos de una comunidad humana no alienada como los diversos intentos por capturar dichas energías y volverlas funcionales a los intereses de la dominación capitalista-estatal, en Chile no tenemos nada de eso, pero tenemos el Festival de Viña (además de otros que se le han ido agregando: el del Huaso de Olmué, Lollapalooza, etc.).

Iniciado en 1960, con un carácter más bien provinciano y modesto, el Festival de Viña con el tiempo se fue convirtiendo en uno de los eventos favoritos de la industria del atontamiento de masas, y reflejó sobre todo a inicios de los 70 las tensiones políticas del momento. Del enfrentamiento de Quilapayún versus Los Huasos Quincheros a las pifias a la cantante africana Miriam Makeba por decir “viva la revolución chilena”, a la prohibición de la competencia folklórica en 1974, el evento fue pronto remodelado en función a las necesidades de la Dictadura militar que cada mes de febrero se proyectaba al mundo por razones de entretenimiento, tratando así de escapar a la fama genocida que se había ganado en todo el globo, y uniendo aunque fuera por unos días a explotados y explotadores en la contemplación de estrellas nacionales e internacionales.

Debemos soportar año tras año que la TV, radio y prensa dediquen gran parte de su cobertura a este mega-evento, en medio del calor, los incendios forestales, el retorno de veraneantes y la compra de útiles escolares para el reinicio formal del ciclo vital de COME/TRABAJA/DUERME

Dentro de todo este circo, la participación popular fue reducida a la mítica figura del “monstruo”, que mediante su imprevisible acción podía consagrar o sepultar a quienes se presentaban en la concha acústica¹. En el público se codeaban durante los 70 y 80 agentes de los escuadrones de la muerte del gobierno como Alvaro Corbalán besuqueando en público a las hijas del dictador, personajes como Jaime Guzmán alabando la genialidad del actual diputado del Frente Amplio “Florcita Motuda”, alcaldesas fascistas y un sinfín de otras basuras. Por supuesto que al finalizar la etapa dictatorial de la ininterrumpida dominación capitalista-estatal el festival siguió existiendo, aunque cada vez con menos espectacularidad, y el negocio fue alternando entre diversos canales de televisión y cadenas internacionales.

Hasta el día de hoy los habitantes de este territorio debemos soportar año tras año que la TV, radio y prensa en general dediquen gran parte de su cobertura a este mega-evento, en medio del calor, los incendios forestales, el retorno de veraneantes y la compra de útiles escolares para el reinicio formal del ciclo vital de COME/TRABAJA/DUERME, renovado cada mes de marzo para satisfacción de los amantes de la normalidad y el orden social.

Sólo con la revolución social comunista-anárquica volveremos a experimentar las grandes festividades que la humanidad ha conocido desde tiempos inmemoriales y que han permitido celebrar la existencia en actos de la verdadera comunidad humana, aboliendo el tiempo muerto de las sociedades de clase².


1. Resulta digno de destacar que este simulacro de participación popular se ha dado con una frecuencia anual por medio siglo, es decir, mucho más que el simulacro llamado “elecciones”, que estuvo suspendido por 17 años y luego se ha practicado más o menos cada 4 años.
2. Para un repaso de las grandes festividades que celebraba la humanidad antes de la imposición de la separación generalizada, y del cómo con ellas se buscaba interrumpir el desgaste del tiempo para, a través del exceso, revitalizar todo el conjunto de la cosmovisión y lazos comunitarios dentro de los que vivían, recomendamos la “teoría de la fiesta” que alcanzó a esbozar R. Caillois en “El hombre y lo sagrado”, de 1939, en especial El exceso, remedio del desgaste. Además, a pesar de todo, en nuestras existencias actuales todavía encontramos resabios de la fiesta en distintos recodos del camino.

Reflexiones sobre el trabajo y la explotación humana.

Reflexiones sobre el trabajo y la explotación humana.

Es de suma importancia para un cambio revolucionario comprender la naturaleza de la explotación ejercida por el Estado/Capital  en tiempos donde el antagonismo social parece estar latente pero falto de lucidez teórica para esbozar  rotundamente una crítica radical de lo existente.

El concepto de trabajo es usualmente entendido como sinónimo de «actividad humana» y no es de extrañar que esto ocurra, puesto que vivimos un mundo donde prácticamente la totalidad de la vida cuesta «trabajo», pues todo el tiempo que transcurre en nuestras vidas está cuantificado por el capital y es «descontado» de nuestros salarios.

El trabajo ha sido históricamente reivindicado por una vasta gama de izquierdistas de toda índole, estos últimos dirán «el trabajo dignifica», asumiendo que trabajar es un hecho positivo para la integridad humana. Pero no fue hasta comienzos del siglo XX y fines del XIX, que el concepto de trabajo se «volvió» positivo para un sector de los explotados, hasta antes de ello, como veremos más adelante, siempre fue sinónimo de explotación y usura. Fue precisamente gracias a la Social Democracia[1] que se instauro esta creencia política, pues en términos sintéticos esta tendencia progresista interpretó el cambio social a través del desarrollo mecanicista de la historia; una mezcla entre reformas sociales y una ingenua credulidad en la tecnología donde el progreso económico terminaría por producir el socialismo, debido a ello es que pusieron un fuerte énfasis en el importante rol de los trabajadores y su función en la economía para el posterior desarrollo de la sociedad.  Gracias a este «acercamiento» de la política burguesa hacia la clase trabajadora, los trabajadores comenzaron a sentirse participes de la sociedad (¡y vaya que lo eran!) y no como meros parias desplazados, enviados a producir riquezas y morir en la marginalidad,  sino como productores materiales de la sociedad y futuros herederos del mundo socialista.

Pero el socialismo nunca llegó, con el desmentido del «progreso» tras la debacle ecológica y la pauperización del trabajo generada por el desarrollo tecno industrial, se viene vislumbrando ya desde hace mas de 40 años las primeras luces de una crisis económica que pone a los explotados en pie para volver a constituir una crítica radical del trabajo que se abstenga de luces reformistas y edulcoraciones varias. Es por ello que quisiéramos aportar algunas reflexiones acerca de su contenido y función, si lo que queremos es poner en la palestra la necesidad de un cambio revolucionario llevado a cabo por la comunidad humana en lucha, es de vital importancia poner en entre dicho la fuente de nuestra sumisión histórica  .

El trabajo asalariado como relación social fundada en la compra-venta de tiempo humano, es el núcleo económico que sostiene el desarrollo del capitalismo, pues encuentra su sentido ideológico en la economía política como  principio vertebral que rige incuestionablemente la sociedad moderna.

La historia del trabajo es la historia de la apropiación privada de la tierra y de los medios de producción. Históricamente, ya sea bajo la lógica violenta de la esclavitud, en la jerarquía de castas de la servidumbre, o en la lógica racionalista del salariado, los seres humanos que han estado atrapados bajo estas condiciones históricas siempre han estado forzados a tener que trabajar para sobrevivir, aunque se presente como una relación contractual «libre» de «iguales».

 El trabajo «asalariado» que conocemos hoy en día, se constituye a partir del saqueo de los territorios comunes donde la producción social era proporcional al fruto de la actividad de sus habitantes. Despojando a los antiguos «propietarios» de su forma comunitaria de vida para imponer estrictas jornadas de trabajo a cambio de sobrevivencia.

 A pesar de lo comúnmente aceptado,  «trabajar» no obedece a una lógica natural o inmanente de la especie humana, sino que es el reflejo de unas condiciones históricas determinadas, (el monopolio de la violencia, la institución de la sociedad de clases y la independización económica), pues el trabajo no siempre ha estado tan naturalizado por todos como hoy en día. Ha sido necesaria siglos de violencia para que la gente, literalmente bajo tortura, acepte ponerse al servicio incondicional de la economía.

Después de millones de años viviendo a merced de la naturaleza y su poder, la especie humana comienza a desarrollar ciertos niveles de técnica que le permiten comenzar a delimitar y controlar su supervivencia a través de la incipiente división de tareas y roles,  lo cual, progresiva y azarosamente permite el surgimiento de las primeras sociedades de clase donde aparece la esclavitud,  y con ello las primeras nociones de lo que es el trabajo.

 En Grecia, como toda cultura basada en clases y por ende en la extracción de energía ajena, las castas dominantes de la sociedad veían en el trabajo- o en las actividades dedicadas a la producción- un esencia indigna, una actividad dedicada a los esclavos, a seres no merecedores de la libertad divina. Con la filosofía clásica de Platón y Aristóteles, se da un sustento filosófico a la separación de las actividades humanas para constituir una sociedad de clases, la división del trabajo y la estratificación entre oprimidos y opresores aparece como fenómeno naturalizado e ideal en textos como «El banquete» de Platón.

«El concepto de trabajo es pues, en adelante, algo que separa una parte de las actividades humanas respecto de su conjunto, por ejemplo frente al juego, a los rituales, a los intercambios directamente sociales, asimismo como a toda la reproducción privada o domestica.»[2] Si revisamos los orígenes etimológicos de la palabra Trabajo viene del latín tripalium, que significaba literalmente ‘tres palos’ y era un instrumento de tortura formado por tres estacas a las que se amarraba al reo en la Edad Media. Con el tiempo se asocio el termino al efecto que este provocaba y se comenzó a relacionar la palabra trabajo al sufrimiento, tortura y castigo. Nada distinto de lo que los esclavos modernos llaman «Pega».

El proceso de transformación del trabajo esclavizado comenzó a mutar  con el paso de los siglos, las castas aristocráticas (reyes, emperadores, etc.) fueron perdiendo influencia y poder sobre la sociedad, lo cual produjo inevitablemente un reordenamiento del orden existente. A mediados del siglo XIII, en todo el globo, gracias a la sociedades de clases pre-existentes, se vino gestando un movimiento de acumulación de riquezas (tierras, minerales, cosechas, y bienes materiales) que fue constituyéndose en una independización del mercado mundial. Su lógica consistía en poner bajo su escrutinio todo lo vivo[3] , todo aquello que pudiera constituir un valor de uso para para convertirlo en un numero que pueda generar riqueza. Al apropiarse (en la mayoría de los casos a través de la invasión y la masacre) de dichos bienes, estos se convierten en mercancías y son intercambiables en el mercado bajo un «precio» (unidad que homogeniza las mercancías del mercado). El poder de la acumulación mercantil, produjo que los siervos y campesinos -hasta ese momento anclados al sistema tributario feudal-, fueran expropiados doblemente, pues  se les expropiaron sus derechos a los territorios comunales y se les despojó de su capacidad de auto sustento colectivo, obligándolos a convertirse en trabajadores «libres», esto quiere decir; hombres y mujeres desheredados y arrojados al mercado como mano de obra para la producción de mercancías a cambio de un salario para sustentar sus vidas[4].

Este nuevo orden fue proclamado por la revolución francesa[5], que de la mano con la revolución industrial, otorgó a la burguesía (clase históricamente comerciante y usurera) el poder de estructurar la sociedad a su modo. La propiedad privada se instituyó en forma de apariencia jurídica lo cual garantizó la compra y venta de trabajo humano como forma legal de explotación, de este modo el trabajo se erigió como garantía del porvenir social en forma de «contrato» entre individuos «libres» e «iguales» que «optan» por vender su fuerza de trabajo a otros[6], disfrazando la infamia de la apropiación privada bajo las leyes de la sociedad civil. Así la economía (estudio de la explotación y administración de los «recursos[7]» humanos y naturales) y el trabajo (forma de explotación de los «recursos» humanos y naturales) pasaron a estar profundamente imbricados en la reproducción  de las relaciones sociales y se transformaron en fin y medio del cuerpo social, controlados y regulados por el Estado y el poder jurídico.

Con la industrialización y el trabajo asalariado instituido jurídicamente como motor de la economía bajo el alero del Estado, se comienza a estructurar toda una clase social a partir de ello: el proletariado. Seres humanos completamente desposeídos de su capacidad autónoma para definir como vivir, confinados a sobrevivir en las ciudades teniendo que vender su tiempo a cambio de dinero (trabajar), y obligados a competir entre sí para mejores condiciones de vida. Los proletarios, poseedores solo de su fuerza de trabajo, se ven forzados a tranzarla como mercancía dentro de la maquinaria económica.  Esta mercancía  posee un precio que se calcula  a través del mercado en forma de salario, que es la cantidad de dinero obtenido a cambio de un trabajo particular. La fuerza de trabajo se equipara a cualquier otra mercancía, el trabajo se mide con el reloj, la azúcar se pesa con una balanza.

Todo lo producido por el trabajador no pertenece ya a él sino a quien le vendió su fuerza de trabajo. Toda mercancía producida por el trabajador es ya propiedad del capitalista. Pero para producir eficazmente y nutrir la economía hace falta un poco más que simplemente trabajadores haciendo funcionar las maquinas, hace falta trabajadores generando plus valor, y para ello es necesario estrujar su tiempo de trabajo y exigir al máximo sus capacidades. Pues la apropiación del capitalista es la apropiación del producto de la fuerza de trabajo, su excedente, y para que ese excedente produzca ganancias debe ser cuantitativamente superior al coste de la fuerza de trabajo (necesidades básicas para que el trabajador este en pie) lo que significa que el trabajador debe dar más de lo que estrictamente necesita para vivir, debe necesariamente generar una ganancia para el capitalista que no le es remunerada al trabajador, haciendo de la fuerza de trabajo una mercancía única en el mercado; pues al mismo tiempo que se consume se genera valor añadido con ella.

En este sentido, podemos decir que el trabajo es un vampiro[8] hecho de tiempo muerto, tiempo que no es vida y al que estamos obligados a someternos para sobrevivir, pues no se «trabaja» directamente para vivir, sino que se trabaja para hacer funcionar la economía (generando plus valor) y como apéndice de ello sobrevivir dentro de los márgenes posibles. El trabajo ES explotación.

En primera instancia el trabajo no modifica sustancialmente los  modos de producción que va usurpando de las comunidades que coloniza[9], solo se ocupa de operar en el modo de producción existente; o sea extraer el plus valor y usurpar  su producto a cambio de sobrevivencia objetivada en dinero (Subsunción formal del trabajo). Debido a esto, por mucho tiempo subsistieron en el capitalismo oficios artesanales de larga tradición, pero con el tiempo y debido a la incesante tendencia de generar mas y mas ganancias, estos oficios y el trabajo en general, tuvieron que integrarse a la forma de producción explícitamente capitalista, esto quiere decir, ajustarse a una extracción de plus valor cada vez mas racionalizada[10], con mayor control de la producción, y mayor especialización del trabajo. O sea, la aplicación consciente de la necesidad de extraer plus valor, empleando la ciencia y la tecnología para producir a gran escala. (Subsunción real del trabajo) Estos dos procesos del trabajo pueden coexistir aun en la actualidad, pero la Subsunción real del trabajo en el capital, como proceso hegemónico en la esfera laboral, es quien impone los tiempos de producción económica, pues el productor se encuentra completamente despojado de su actividad y producto. La figura «invisible» del mercado es quien controla los tiempos de producción y por ende se encarga de asegurar la valorización de las mercancías, todos; burguesía y proletariado reproducen el tétrico compás de la economía autonomizada. Así también, cualquier desarrollo tecnológico estará siempre en pos de esta misma tendencia, desde el cronometro a la computadora, toda innovación tecnológica tiene como fin ultimo su incorporación al mercado para garantizar una extracción de capital cada vez mayor con su aplicación.

Lo fantasmagórico de todo esto, es que el trabajo se ha instituido de hecho como jurídicamente libre, garantizando la explotación como forma natural del quehacer social, haciendo de la reproducción económica una precondición para la vida humana en términos ideológicos. La imposición violenta de esta ideología , se funde en la enajenación generalizada del fetichismo de la mercancía, donde se asume la naturaleza mercantil del trabajo; el humano se vuelve mercancía y la mercancías adquieren características humanas, pues dominan a sus creadores.[11]

Esta enajenación de la vida transformada en cosa, es proyectada como un monologo universal y objetivo por todos los defensores de esta sociedad. De izquierdas o derechas los proletarios conformes con la miseria existencial que padecen exhiben orgullosamente su amor al trabajo como si fuera algo de lo que enorgullecerse, su adhesión casi patológica a la explotación cual síndrome de Estocolmo[12], muestra la adaptación a la competencia entre esclavos salariales que sirven voluntariamente a la sociedad mercantil, sin ningún tipo de cuestionamiento a ESTA  vida pobre, repetitiva y vacía, donde nuestras energías no están puestas en realizar nuestros deseos y motivaciones, sino en tener dinero para comprar sobrevivencia y el sobrante gastarlo en alguna mercancía que aparente nuestra felicidad y plenitud. Pero en el fondo sabemos que nuestra existencia es aburridísima y miserable.

Queremos la vida de vuelta, para poder vivir como se nos antoje sin depender del dinero; de tasas de cesantía, de créditos, o crisis bursátiles. Queremos la tierra ´para  los comunes, para todos todo.

¡Hasta evidenciar la miseria de nuestra vida cotidiana, por la revolución social!

¡ABAJO EL TRABAJO ASALARIADO!

[1] Personajes de la socialdemocracia como Lasalle, Kautsky, o Bernstein, influidos por la ideología marxista de la II internacional(que no es lo mismo que el pensamiento de Marx) defendían la tesis de que impulsando una serie de reformas que disimularan las contradicciones de clase creadas por el trabajo, y gracias al progreso tecnológico derivado de la economía, gradualmente se llegaría al socialismo. Este pensamiento fue severamente cuestionado por el mismo Karl Marx, tanto en los escritos de «18 brumario de Luis Bonaparte» como en la «critica al programa de Gotha». «A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia» Marx «18 Brumario de Luis Bonaparte».

[2] Anselm Jappe «Algunas buenas razones para librarse del trabajo»

[3] Al decir todo lo «vivo», nos referimos a aquella tendencia del movimiento de acumulación capitalista de convertir todo lo existente en «cosa» o en «dinero», en apropiarse de todo para cuantificarlo y ponerle precio, para hacer ganancias de ello.

[4] «El preludio de la transformación que había de echar los cimientos para el régimen de producción capitalista, coincide con el último tercio del siglo XV y los primeros decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes feudales —que, como dice acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todas partes casas y patios»— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarios libres y desheredados. El poder real, producto también del desarrollo burgués, en su deseo de conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente la disolución de estas huestes feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causa que la produjo. Los grandes señores feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon un proletariado incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los campesinos de las tierras que cultivaban y sobre las que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que ellos, y al usurparles sus bienes comunales.» Karl. Marx «El capital, La acumulación originaria»

[5] Este hecho marca un hito en la hegemonía política en vías a la institución del capitalismo, pues  aplana el camino para la instauración de una nueva ideología para gobernar a las masas; la democracia.

[6] “La órbita de la circulación o del intercambio de mercancías, en cuyo marco se desenvuelve la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero edén de los derechos innatos del hombre. Dentro de sus límites imperan exclusivamente la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. ¡La libertad! Pues el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, se someten sólo a su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales jurídicamente. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. ¡La igualdad! Pues compradores y vendedores se refieren recíprocamente solo como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. ¡La propiedad! Pues cada uno dispone únicamente de lo que es suyo. ¡Y Bentham! Pues cada uno se preocupa únicamente de sí mismo. El único poder que los une y los pone en relación es el de su propia utilidad, de su provecho particular, de su interés privado” Karl Marx «El Capital» Tomo I 183-184

[7]Usamos las comillas, para aclarar que ocupamos este término utilitario y económico a falta de otro concepto que nos hable de la naturaleza no vista como una cosa sino como parte de un todo material del que somos parte como género humano, evidentemente producto de la cultura de la separación nos es imposible concebir dicho concepto, el lenguaje es reflejo y condición de nuestra realidad.

[8] Marx dirá que «El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa. » Con esto se refiere a la capacidad de la fuerza de trabajo(=trabajo vivo) de otorgar valor a su producción de mercancías (=trabajo muerto) tras una jornada de trabajo determinada temporalmente.

[9] Nos referimos a la subsunción de actividades productivas como la extracción de mineral, el campesinado, o la artesanía, que no constituyen una forma de producción capitalista en sí mismas pero que son puestas al servicio de la producción de valor.

[10] En este sentido, vemos que la aplicación racionalizada de la lógica de valorización capitalista se ve representada históricamente con la aparición del taylorismo como sistema de organización del trabajo en pos de la extracción cada vez mayor de plus valor. Esta tendencia se fue refinando con el pasar de las décadas y el desarrollo paralelo de la tecnología, dando paso al fordismo, posfordismo, y otras como el neoshumpeterianismo.

[11] La sociedad capitalista y en particular los proletarios, se encuentran alienados a tal punto por la mercancía y su fetiche, que incluso en la marginalidad del tiempo «libre», los explotados «disfrutan» idolatrando a las vedettes del consumo; celulares, televisión, o alguna mercancía que esté de moda. Lo evidentemente religioso de todo esto es que sus productores (los proletarios) se ven completamente eclipsados por sus productos (las mercancías)  viviendo al son del dictado publicitario y las nuevas necesidades que arroja. La miseria de los trabajadores se ve reflejada en el empobrecimiento sistemático  de su vida cotidiana; la introducción masiva de mercancías  tecnológicas ha generado una fuerte tendencia al aislamiento social que se traduce en un progresivo  debilitamiento de los vínculos sociales de toda índole, ocupando cada vez más tiempo a la necesidad de producir ( dinero) o de reproducir (consumir mercancía) dos aspectos fundamentales para perpetuar la dominación económica del capitalismo.

[12] Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.

Primero de Mayo, ¡Contra el trabajo asalariado !

El día del trabajador recuerda a los mártires de Chicago. Trabajadores que en 1886, durante la llamada revuelta de Haymarket,  fueron parte de la lucha por arrebatar unas horas de libertad al capitalismo, siendo vilmente asesinados por el Estado en la horca, el 11 de noviembre de 1887, por encarnar una  expresión clara del antagonismo de clase que se palpitaba en los tiempos de efervescencia en el transcurso de la llamada «cuestión social».

Al día de hoy, podemos ver al Estado/Capital y sus medios de producción cultural modificando y resignificando este acontecimiento a través de la historia como un día de «festejo», invirtiendo su significado y absorbiendo su potencial subversivo, para mantener la ilusión ideológica de que esta realidad la escogimos entre todos, como cual firma un contrato, repitiéndose incesantemente el mismo monologo normalizador de sumisión al trabajo.

Simultáneamente, en círculos mas «politizados», se habla de este día como un día de «reivindicación de la lucha laboral», legitimando la enajenación[1] de luchar fragmentadamente  por ajustes parciales del modelo capitalista, olvidando la critica unitaria y global del engranaje de dominio del Estado/Capital, que ya fue enunciada por los revolucionarios pasados a mediados del siglo XIX. Lo que propicia un reciclaje de la condición histórica «obrerista», visión nostálgica que promovió la exaltación del rol del trabajador en el engranaje capitalista. Abandonando la premisa de que , para superar al capitalismo, hay que suprimir las clases sociales y, por ende, el rol de trabajador y explotador.

Es por esto que quisiéramos hacer hincapié  en mantener viva la critica categórica del trabajo asalariado como piedra angular del sistema, puesto que es el reflejo evidente de la separación histórica que el capitalismo produjo en la comunidad, privando a sus miembros de darse a sí mismos las condiciones necesarias para vivir, transformando en mercancía[2] cualquier aspecto básico de la vida, como la tierra, la actividad humana, y el tiempo.

La crítica radical del trabajo pasa por entender que el proletario «es cualquier persona que no tiene ninguna posibilidad de modificar el espacio-tiempo social que la sociedad le obliga a consumir.» (IS, #8, 1963) Entendiendo esto, la crítica radical del trabajo debe suponer la supresión del rol proletario en miras de una emancipación social autentica, puesto que la transformación radical de la sociedad debe, necesariamente, pasar por suprimir la lógica de producción capitalista, donde observamos la dualidad trabajador/explotador, y, a su vez, subvertir las prácticas autoritarias e individualistas de la vida cotidiana, reemplazándolas por valores antagónicos que representen en la practica la superación y el vislumbramiento de la emancipación social.

De esta manera, entendemos  que la praxis del proletariado debe ser autónoma, ajena a vanguardias y dirigentes que busquen conducir la tensión política a esferas especializadas (burocracias sindicales, partidos políticos, asistencialismo estatal). Pues, un sujeto que establezca relaciones de dependencia, aunque las justifique por buscar de esa manera su liberación, deja de serlo para convertirse en objeto: pierde su autonomía y el impulso emancipatorio resulta frustrado. Es por esto que reivindicamos valores precisos que guardan relación directa con el potencial creador que tenemos como proletarios ante la moral burguesa, así es como la lucha contra el trabajo asalariado, es también la reivindicación teórico/práctica de la horizontalidad, la solidaridad y la autonomía en la comunidad.

Aún creemos que existe en este día un espacio de antagonía clara, un lugar  para la memoria de quienes fueron la expresión rotunda del proletariado buscando suprimir su propia condición. Un llamado a la subversión de la vida, a la protesta cotidiana por la recuperación de nuestro espacio y tiempo, la posibilidad cierta de reapropiarnos de nuestras condiciones de existencia.

Adolf Fischer, George Engel, Albert Parsons, y August Spies, la memoria de los explotadxs no olvida a sus caidxs. A 130 años de la revuelta de Haymarket, nada ha terminado, todo está por empezar. Trabajadores del mundo ¡dejad de serlo!

[1] La «enajenación» o «alienación» alude a la desconexión del ser con su entorno y consigo mismo, producida por una idea o estado que lo mantiene ajeno a su conciencia. Por ejemplo, el trabajo y los productos de nuestro trabajo nos dominan, en vez de lo contrario. En vez de ser un lugar en donde realicemos nuestro potencial, el lugar de trabajo es meramente un lugar al que nos vemos obligados a ir para obtener dinero para consumir las cosas que «necesitamos» en la vida moderna..

[2] Con «mercancía» nos referimos a cualquier objeto o bien producido en la sociedad capitalista dotado de valor de uso y valor de cambio. Marx la define como la «célula económica de la sociedad burguesa».