[Publicación] Comunidad de lucha #9

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Llega otro primero de mayo y quienes nos posicionamos del lado del anticapitalismo nuevamente nos vemos enfrentadxs a la propaganda del Estado y Capital, que quisieran hacer de esta fecha un día en el que festináramos nuestra condición de servidumbre.

Si bien no podríamos esperar otra cosa de los defensores de la dominación, lo que nos preocupa y concierne en tanto que anticapitalistas es encontrarnos cada año con una reivindicación similar del trabajo por parte de la ultraizquierda y los ‘anticapitalistas’ en general. Para éstos el problema del trabajo casi siempre radica en la apropiación por parte de la burguesía del fruto de nuestra actividad, y su ‘solución revolucionaria’ consiste en arrebatar a la burguesía su poder privativo sobre los frutos de este, o bien los instrumentos de trabajo. Aunque, en la práctica, dichos movimientos se dediquen únicamente a disputar con el Estado, la patronal y las burocracias sindicales mejoras en el sistema de explotación asalariada, mejoras que, por cierto, el Capital necesita para asegurar su progreso y supervivencia en el tiempo.

Pero en realidad el trabajo, como comúnmente lo entendemos en nuestros días, se refiere a un tipo de actividad precisa, perteneciente a un estadio histórico preciso: el de la civilización capitalista.

El triunfo de la revolución burguesa intensificó y expandió el trabajo asalariado y la producción de mercancías a cada rincón del globo, despojando a las personas y a sus comunidades de la tierra y enviándolas a las fábricas. Desprovistas de todo y obligados a satisfacer sus necesidades a través del consumo de mercancías, las personas se vieron en la obligación de vender su propia actividad como fuerza de trabajo a quienes dominaban, convirtiéndose en el proletariado; la clase cuya vida fue reducida a mercancía junto con todo lo demás por la dictadura de la economía.

Siendo el dinero el mediador social absoluto y su carencia el equivalente a la muerte en la sociedad capitalista, lxs proletarixs nos vemos arrojadxs cada día de manera frenética a las tareas necesarias para obtenerlo. Así, sea en el trabajo asalariado, autoexplotándonos en el comercio informal o incluso en el trabajo doméstico (trabajo no remunerado e históricamente asignado a las mujeres, sin el cual las otras formas de explotación no podrían haberse sostenido) esta obligación nos saca cada día de la cama para que nos precipitemos a transportes atestados y así cumplir con los horarios asfixiantes de una actividad que muchas veces nos resulta ajena y tediosa, y a la que lo único que nos liga es la necesidad de remuneración económica para la satisfacción de nuestras necesidades mercantilizadas. Esto hace del estrés, las vejaciones, la humillación, la enfermedad, el aislamiento y la locura la tónica habitual de la actividad productiva y, por tanto, de la vida de la humanidad proletarizada. Así, nos ‘ganamos la vida’ en el trabajo, mientras la vida se nos escapa.

Como si fuera poco, las nulas garantías de seguridad en las que todavía pretende justificarse la existencia de este orden miserable se desmoronan a causa de su propio progreso: el trabajo de cada ser humano (es decir, su tiempo) vale cada vez menos porque los capitalistas están obligados a encontrar formas cada vez más elaboradas de abaratar los costos de producción para obtener ganancias y mantenerse activos en la competencia, lo que propicia la precarización constante del trabajo. En el territorio dominado por el Estado chileno conviven esquizofrénicamente la imagen de una potencia económica en línea recta a la abundancia, y la realidad de una sociedad que se cae a pedazos por falta de trabajo y por exceso de él: quien no está cesante y desesperado intentando encontrar la forma de ganarse la vida, está corriendo como loco entre el trabajo, la casa y el consumo, gastándose la vida en una espiral de alienación que sólo aumenta.

El problema es que tanto para los defensores declarados del orden como para quienes pretenden oponerse a este, el trabajo se asume con una naturalidad tal que pareciera que las diferencias que a veces ponen en bandos irreconciliables a unos y otros consiste únicamente en cómo gestionar el sistema de explotación asalariada y el capital que este reproduce.

Una perspectiva radical del anticapitalismo, en cambio, supone acabar con todos los pilares en los que se funda el Capital, incluyendo aquella actividad que le da vida a cambio de robarnos la nuestra. Somos nosotrxs, lxs proletarixs, quienes echamos a andar la máquina capitalista con nuestra actividad enajenada. Somos nosotrxs, por tanto, quienes podemos ponerle freno: si el proletariado es la clase cuya actividad echa a andar el capital, entonces la supresión revolucionaria del capital implica necesariamente la autosupresión de nuestra clase, junto con todas las clases, el Estado y el dinero.

¡MUERTE AL TRABAJO, AL ESTADO Y EL DINERO!
¡PROLETARIXS DEL MUNDO, DEJEMOS DE SERLO!