Reflexiones sobre el trabajo y la explotación humana.

Reflexiones sobre el trabajo y la explotación humana.

Es de suma importancia para un cambio revolucionario comprender la naturaleza de la explotación ejercida por el Estado/Capital  en tiempos donde el antagonismo social parece estar latente pero falto de lucidez teórica para esbozar  rotundamente una crítica radical de lo existente.

El concepto de trabajo es usualmente entendido como sinónimo de «actividad humana» y no es de extrañar que esto ocurra, puesto que vivimos un mundo donde prácticamente la totalidad de la vida cuesta «trabajo», pues todo el tiempo que transcurre en nuestras vidas está cuantificado por el capital y es «descontado» de nuestros salarios.

El trabajo ha sido históricamente reivindicado por una vasta gama de izquierdistas de toda índole, estos últimos dirán «el trabajo dignifica», asumiendo que trabajar es un hecho positivo para la integridad humana. Pero no fue hasta comienzos del siglo XX y fines del XIX, que el concepto de trabajo se «volvió» positivo para un sector de los explotados, hasta antes de ello, como veremos más adelante, siempre fue sinónimo de explotación y usura. Fue precisamente gracias a la Social Democracia[1] que se instauro esta creencia política, pues en términos sintéticos esta tendencia progresista interpretó el cambio social a través del desarrollo mecanicista de la historia; una mezcla entre reformas sociales y una ingenua credulidad en la tecnología donde el progreso económico terminaría por producir el socialismo, debido a ello es que pusieron un fuerte énfasis en el importante rol de los trabajadores y su función en la economía para el posterior desarrollo de la sociedad.  Gracias a este «acercamiento» de la política burguesa hacia la clase trabajadora, los trabajadores comenzaron a sentirse participes de la sociedad (¡y vaya que lo eran!) y no como meros parias desplazados, enviados a producir riquezas y morir en la marginalidad,  sino como productores materiales de la sociedad y futuros herederos del mundo socialista.

Pero el socialismo nunca llegó, con el desmentido del «progreso» tras la debacle ecológica y la pauperización del trabajo generada por el desarrollo tecno industrial, se viene vislumbrando ya desde hace mas de 40 años las primeras luces de una crisis económica que pone a los explotados en pie para volver a constituir una crítica radical del trabajo que se abstenga de luces reformistas y edulcoraciones varias. Es por ello que quisiéramos aportar algunas reflexiones acerca de su contenido y función, si lo que queremos es poner en la palestra la necesidad de un cambio revolucionario llevado a cabo por la comunidad humana en lucha, es de vital importancia poner en entre dicho la fuente de nuestra sumisión histórica  .

El trabajo asalariado como relación social fundada en la compra-venta de tiempo humano, es el núcleo económico que sostiene el desarrollo del capitalismo, pues encuentra su sentido ideológico en la economía política como  principio vertebral que rige incuestionablemente la sociedad moderna.

La historia del trabajo es la historia de la apropiación privada de la tierra y de los medios de producción. Históricamente, ya sea bajo la lógica violenta de la esclavitud, en la jerarquía de castas de la servidumbre, o en la lógica racionalista del salariado, los seres humanos que han estado atrapados bajo estas condiciones históricas siempre han estado forzados a tener que trabajar para sobrevivir, aunque se presente como una relación contractual «libre» de «iguales».

 El trabajo «asalariado» que conocemos hoy en día, se constituye a partir del saqueo de los territorios comunes donde la producción social era proporcional al fruto de la actividad de sus habitantes. Despojando a los antiguos «propietarios» de su forma comunitaria de vida para imponer estrictas jornadas de trabajo a cambio de sobrevivencia.

 A pesar de lo comúnmente aceptado,  «trabajar» no obedece a una lógica natural o inmanente de la especie humana, sino que es el reflejo de unas condiciones históricas determinadas, (el monopolio de la violencia, la institución de la sociedad de clases y la independización económica), pues el trabajo no siempre ha estado tan naturalizado por todos como hoy en día. Ha sido necesaria siglos de violencia para que la gente, literalmente bajo tortura, acepte ponerse al servicio incondicional de la economía.

Después de millones de años viviendo a merced de la naturaleza y su poder, la especie humana comienza a desarrollar ciertos niveles de técnica que le permiten comenzar a delimitar y controlar su supervivencia a través de la incipiente división de tareas y roles,  lo cual, progresiva y azarosamente permite el surgimiento de las primeras sociedades de clase donde aparece la esclavitud,  y con ello las primeras nociones de lo que es el trabajo.

 En Grecia, como toda cultura basada en clases y por ende en la extracción de energía ajena, las castas dominantes de la sociedad veían en el trabajo- o en las actividades dedicadas a la producción- un esencia indigna, una actividad dedicada a los esclavos, a seres no merecedores de la libertad divina. Con la filosofía clásica de Platón y Aristóteles, se da un sustento filosófico a la separación de las actividades humanas para constituir una sociedad de clases, la división del trabajo y la estratificación entre oprimidos y opresores aparece como fenómeno naturalizado e ideal en textos como «El banquete» de Platón.

«El concepto de trabajo es pues, en adelante, algo que separa una parte de las actividades humanas respecto de su conjunto, por ejemplo frente al juego, a los rituales, a los intercambios directamente sociales, asimismo como a toda la reproducción privada o domestica.»[2] Si revisamos los orígenes etimológicos de la palabra Trabajo viene del latín tripalium, que significaba literalmente ‘tres palos’ y era un instrumento de tortura formado por tres estacas a las que se amarraba al reo en la Edad Media. Con el tiempo se asocio el termino al efecto que este provocaba y se comenzó a relacionar la palabra trabajo al sufrimiento, tortura y castigo. Nada distinto de lo que los esclavos modernos llaman «Pega».

El proceso de transformación del trabajo esclavizado comenzó a mutar  con el paso de los siglos, las castas aristocráticas (reyes, emperadores, etc.) fueron perdiendo influencia y poder sobre la sociedad, lo cual produjo inevitablemente un reordenamiento del orden existente. A mediados del siglo XIII, en todo el globo, gracias a la sociedades de clases pre-existentes, se vino gestando un movimiento de acumulación de riquezas (tierras, minerales, cosechas, y bienes materiales) que fue constituyéndose en una independización del mercado mundial. Su lógica consistía en poner bajo su escrutinio todo lo vivo[3] , todo aquello que pudiera constituir un valor de uso para para convertirlo en un numero que pueda generar riqueza. Al apropiarse (en la mayoría de los casos a través de la invasión y la masacre) de dichos bienes, estos se convierten en mercancías y son intercambiables en el mercado bajo un «precio» (unidad que homogeniza las mercancías del mercado). El poder de la acumulación mercantil, produjo que los siervos y campesinos -hasta ese momento anclados al sistema tributario feudal-, fueran expropiados doblemente, pues  se les expropiaron sus derechos a los territorios comunales y se les despojó de su capacidad de auto sustento colectivo, obligándolos a convertirse en trabajadores «libres», esto quiere decir; hombres y mujeres desheredados y arrojados al mercado como mano de obra para la producción de mercancías a cambio de un salario para sustentar sus vidas[4].

Este nuevo orden fue proclamado por la revolución francesa[5], que de la mano con la revolución industrial, otorgó a la burguesía (clase históricamente comerciante y usurera) el poder de estructurar la sociedad a su modo. La propiedad privada se instituyó en forma de apariencia jurídica lo cual garantizó la compra y venta de trabajo humano como forma legal de explotación, de este modo el trabajo se erigió como garantía del porvenir social en forma de «contrato» entre individuos «libres» e «iguales» que «optan» por vender su fuerza de trabajo a otros[6], disfrazando la infamia de la apropiación privada bajo las leyes de la sociedad civil. Así la economía (estudio de la explotación y administración de los «recursos[7]» humanos y naturales) y el trabajo (forma de explotación de los «recursos» humanos y naturales) pasaron a estar profundamente imbricados en la reproducción  de las relaciones sociales y se transformaron en fin y medio del cuerpo social, controlados y regulados por el Estado y el poder jurídico.

Con la industrialización y el trabajo asalariado instituido jurídicamente como motor de la economía bajo el alero del Estado, se comienza a estructurar toda una clase social a partir de ello: el proletariado. Seres humanos completamente desposeídos de su capacidad autónoma para definir como vivir, confinados a sobrevivir en las ciudades teniendo que vender su tiempo a cambio de dinero (trabajar), y obligados a competir entre sí para mejores condiciones de vida. Los proletarios, poseedores solo de su fuerza de trabajo, se ven forzados a tranzarla como mercancía dentro de la maquinaria económica.  Esta mercancía  posee un precio que se calcula  a través del mercado en forma de salario, que es la cantidad de dinero obtenido a cambio de un trabajo particular. La fuerza de trabajo se equipara a cualquier otra mercancía, el trabajo se mide con el reloj, la azúcar se pesa con una balanza.

Todo lo producido por el trabajador no pertenece ya a él sino a quien le vendió su fuerza de trabajo. Toda mercancía producida por el trabajador es ya propiedad del capitalista. Pero para producir eficazmente y nutrir la economía hace falta un poco más que simplemente trabajadores haciendo funcionar las maquinas, hace falta trabajadores generando plus valor, y para ello es necesario estrujar su tiempo de trabajo y exigir al máximo sus capacidades. Pues la apropiación del capitalista es la apropiación del producto de la fuerza de trabajo, su excedente, y para que ese excedente produzca ganancias debe ser cuantitativamente superior al coste de la fuerza de trabajo (necesidades básicas para que el trabajador este en pie) lo que significa que el trabajador debe dar más de lo que estrictamente necesita para vivir, debe necesariamente generar una ganancia para el capitalista que no le es remunerada al trabajador, haciendo de la fuerza de trabajo una mercancía única en el mercado; pues al mismo tiempo que se consume se genera valor añadido con ella.

En este sentido, podemos decir que el trabajo es un vampiro[8] hecho de tiempo muerto, tiempo que no es vida y al que estamos obligados a someternos para sobrevivir, pues no se «trabaja» directamente para vivir, sino que se trabaja para hacer funcionar la economía (generando plus valor) y como apéndice de ello sobrevivir dentro de los márgenes posibles. El trabajo ES explotación.

En primera instancia el trabajo no modifica sustancialmente los  modos de producción que va usurpando de las comunidades que coloniza[9], solo se ocupa de operar en el modo de producción existente; o sea extraer el plus valor y usurpar  su producto a cambio de sobrevivencia objetivada en dinero (Subsunción formal del trabajo). Debido a esto, por mucho tiempo subsistieron en el capitalismo oficios artesanales de larga tradición, pero con el tiempo y debido a la incesante tendencia de generar mas y mas ganancias, estos oficios y el trabajo en general, tuvieron que integrarse a la forma de producción explícitamente capitalista, esto quiere decir, ajustarse a una extracción de plus valor cada vez mas racionalizada[10], con mayor control de la producción, y mayor especialización del trabajo. O sea, la aplicación consciente de la necesidad de extraer plus valor, empleando la ciencia y la tecnología para producir a gran escala. (Subsunción real del trabajo) Estos dos procesos del trabajo pueden coexistir aun en la actualidad, pero la Subsunción real del trabajo en el capital, como proceso hegemónico en la esfera laboral, es quien impone los tiempos de producción económica, pues el productor se encuentra completamente despojado de su actividad y producto. La figura «invisible» del mercado es quien controla los tiempos de producción y por ende se encarga de asegurar la valorización de las mercancías, todos; burguesía y proletariado reproducen el tétrico compás de la economía autonomizada. Así también, cualquier desarrollo tecnológico estará siempre en pos de esta misma tendencia, desde el cronometro a la computadora, toda innovación tecnológica tiene como fin ultimo su incorporación al mercado para garantizar una extracción de capital cada vez mayor con su aplicación.

Lo fantasmagórico de todo esto, es que el trabajo se ha instituido de hecho como jurídicamente libre, garantizando la explotación como forma natural del quehacer social, haciendo de la reproducción económica una precondición para la vida humana en términos ideológicos. La imposición violenta de esta ideología , se funde en la enajenación generalizada del fetichismo de la mercancía, donde se asume la naturaleza mercantil del trabajo; el humano se vuelve mercancía y la mercancías adquieren características humanas, pues dominan a sus creadores.[11]

Esta enajenación de la vida transformada en cosa, es proyectada como un monologo universal y objetivo por todos los defensores de esta sociedad. De izquierdas o derechas los proletarios conformes con la miseria existencial que padecen exhiben orgullosamente su amor al trabajo como si fuera algo de lo que enorgullecerse, su adhesión casi patológica a la explotación cual síndrome de Estocolmo[12], muestra la adaptación a la competencia entre esclavos salariales que sirven voluntariamente a la sociedad mercantil, sin ningún tipo de cuestionamiento a ESTA  vida pobre, repetitiva y vacía, donde nuestras energías no están puestas en realizar nuestros deseos y motivaciones, sino en tener dinero para comprar sobrevivencia y el sobrante gastarlo en alguna mercancía que aparente nuestra felicidad y plenitud. Pero en el fondo sabemos que nuestra existencia es aburridísima y miserable.

Queremos la vida de vuelta, para poder vivir como se nos antoje sin depender del dinero; de tasas de cesantía, de créditos, o crisis bursátiles. Queremos la tierra ´para  los comunes, para todos todo.

¡Hasta evidenciar la miseria de nuestra vida cotidiana, por la revolución social!

¡ABAJO EL TRABAJO ASALARIADO!

[1] Personajes de la socialdemocracia como Lasalle, Kautsky, o Bernstein, influidos por la ideología marxista de la II internacional(que no es lo mismo que el pensamiento de Marx) defendían la tesis de que impulsando una serie de reformas que disimularan las contradicciones de clase creadas por el trabajo, y gracias al progreso tecnológico derivado de la economía, gradualmente se llegaría al socialismo. Este pensamiento fue severamente cuestionado por el mismo Karl Marx, tanto en los escritos de «18 brumario de Luis Bonaparte» como en la «critica al programa de Gotha». «A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia» Marx «18 Brumario de Luis Bonaparte».

[2] Anselm Jappe «Algunas buenas razones para librarse del trabajo»

[3] Al decir todo lo «vivo», nos referimos a aquella tendencia del movimiento de acumulación capitalista de convertir todo lo existente en «cosa» o en «dinero», en apropiarse de todo para cuantificarlo y ponerle precio, para hacer ganancias de ello.

[4] «El preludio de la transformación que había de echar los cimientos para el régimen de producción capitalista, coincide con el último tercio del siglo XV y los primeros decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes feudales —que, como dice acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todas partes casas y patios»— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarios libres y desheredados. El poder real, producto también del desarrollo burgués, en su deseo de conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente la disolución de estas huestes feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causa que la produjo. Los grandes señores feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon un proletariado incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los campesinos de las tierras que cultivaban y sobre las que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que ellos, y al usurparles sus bienes comunales.» Karl. Marx «El capital, La acumulación originaria»

[5] Este hecho marca un hito en la hegemonía política en vías a la institución del capitalismo, pues  aplana el camino para la instauración de una nueva ideología para gobernar a las masas; la democracia.

[6] “La órbita de la circulación o del intercambio de mercancías, en cuyo marco se desenvuelve la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero edén de los derechos innatos del hombre. Dentro de sus límites imperan exclusivamente la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. ¡La libertad! Pues el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, se someten sólo a su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales jurídicamente. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. ¡La igualdad! Pues compradores y vendedores se refieren recíprocamente solo como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. ¡La propiedad! Pues cada uno dispone únicamente de lo que es suyo. ¡Y Bentham! Pues cada uno se preocupa únicamente de sí mismo. El único poder que los une y los pone en relación es el de su propia utilidad, de su provecho particular, de su interés privado” Karl Marx «El Capital» Tomo I 183-184

[7]Usamos las comillas, para aclarar que ocupamos este término utilitario y económico a falta de otro concepto que nos hable de la naturaleza no vista como una cosa sino como parte de un todo material del que somos parte como género humano, evidentemente producto de la cultura de la separación nos es imposible concebir dicho concepto, el lenguaje es reflejo y condición de nuestra realidad.

[8] Marx dirá que «El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa. » Con esto se refiere a la capacidad de la fuerza de trabajo(=trabajo vivo) de otorgar valor a su producción de mercancías (=trabajo muerto) tras una jornada de trabajo determinada temporalmente.

[9] Nos referimos a la subsunción de actividades productivas como la extracción de mineral, el campesinado, o la artesanía, que no constituyen una forma de producción capitalista en sí mismas pero que son puestas al servicio de la producción de valor.

[10] En este sentido, vemos que la aplicación racionalizada de la lógica de valorización capitalista se ve representada históricamente con la aparición del taylorismo como sistema de organización del trabajo en pos de la extracción cada vez mayor de plus valor. Esta tendencia se fue refinando con el pasar de las décadas y el desarrollo paralelo de la tecnología, dando paso al fordismo, posfordismo, y otras como el neoshumpeterianismo.

[11] La sociedad capitalista y en particular los proletarios, se encuentran alienados a tal punto por la mercancía y su fetiche, que incluso en la marginalidad del tiempo «libre», los explotados «disfrutan» idolatrando a las vedettes del consumo; celulares, televisión, o alguna mercancía que esté de moda. Lo evidentemente religioso de todo esto es que sus productores (los proletarios) se ven completamente eclipsados por sus productos (las mercancías)  viviendo al son del dictado publicitario y las nuevas necesidades que arroja. La miseria de los trabajadores se ve reflejada en el empobrecimiento sistemático  de su vida cotidiana; la introducción masiva de mercancías  tecnológicas ha generado una fuerte tendencia al aislamiento social que se traduce en un progresivo  debilitamiento de los vínculos sociales de toda índole, ocupando cada vez más tiempo a la necesidad de producir ( dinero) o de reproducir (consumir mercancía) dos aspectos fundamentales para perpetuar la dominación económica del capitalismo.

[12] Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.

El Consumo del Arte

El consumo del arte

                                                                                                                           

 

En definitiva, el actor de teatro presenta él mismo en persona al público su ejecución artística; por el contrario, la del actor de cine es presentada por medio de todo un mecanismo[1] 

La colonización de las mercancías ha trastocado la vida a tal punto que nuestra cultura y cotidianidad están sometidas a su dominio. La subordinación histórica del arte desde la esfera religiosa al modo de producción capitalista[2] ha descompuesto toda experiencia social antes vivida en una representación identitaria/espectacular. La degradación del ser en tener, ahora ha devenido de tener a parecer.  Si antiguamente el arte podía definirse como expresión de la vida cotidiana, en tiempos de dominación capitalista, la vida cotidiana es expresión de la realización del arte. Pasemos a explicar esto.

La reproductibilidad técnica, surgida del desarrollo industrial y la explotación de trabajo humano, han dotado a la mercancía de un carácter fantasmagórico que induce a los seres a vivir al compás de la economía. Bajo los mecanismos de la fotografía, el cine, la TV, y actualmente el internet; la industria cultural y de las comunicaciones se encuentran en un lugar nunca antes visto. La mutación antropológica que significa dejar de realizar la cultura como la propia producción de la vida, y pasar a la contemplación masiva de signos, imágenes e identidades, conllevó un desplazamiento en la configuración identitaria de los explotados. Los cuales, históricamente han construido su identidad desde lo territorial, religioso y vivencial, pasando así a la desposesión del ámbito comunicacional, progresivamente socavada por la industria cultural. La «burbuja mediática» de cine-televisión-internet, ha contribuido a una deslocalización de lo cultural[3]; la identidad se presenta diversa y vacía en la misma proporción en el universo de banalidades esculpidas por el Dios Dinero. La colonización del espectáculo mercantil ha unificado todo el espacio-tiempo.

La lógica interna del mercado capitalista se ha constituido en la ideología dominante de la cultura de los explotados, manifestándose demagógicamente como objetivo de la sociedad. Para esto, ha utilizado los mecanismos de la reproductibilidad técnica que ha desarrollado desde mediados del siglo XIX (desarrollo de mecanismos de montaje, edición, producción en serie, estandarización, etc. ),  posibilitando un avance nunca antes visto en la realización y reproducción del arte, ocultando el proceso de creación mismo y trastocando el sentido de la obra. Esto tiene una consecuencia directa en la vida, ya que se pasa de un contexto histórico de producción de referencias culturales (imaginarias y ancestrales), a ser meros espectadores/consumidores de un mundo de identidades y estereotipos, degradando la significación del momento vivido y de su historia. Olvidando la producción espontánea y única del momento creativo, para dar pie a un bombardeo de representaciones que cristalizan la conducta en patrones culturales, funcionales a reproducir la lógica de esta sociedad: el aislamiento y categorización de todo concepto que conlleve actitudes identificables o identidades para ser potencialmente valorizables.

La implementación del consumo generalizado de identidades tiene una relación directa con la colonización mercantil de las experiencias sociales. Puesto que las mercancías median cada vez más las relaciones sociales, la necesidad urgente de proveer identidades que satisfagan la falta de comunidad real de las personas, se ha convertido en un nicho económico.  La necesidad de sentirse parte de una comunidad, es mercantilizada en forma de identidad y así transable en el mercado cultural. La reproducción social de las mercancías humanas genera que estas se relacionen a partir de estereotipos distinguibles, que convertidos a escala del valor, se tranzan en el mercado de la competencia social. Nuestra necesidad de comunidad es tan imperiosa que, tras haber arrasado todos los vínculos existentes, el capitalismo ya no carbura más que con la promesa de «comunidad». ¿Qué son las redes sociales, las aplicaciones de citas, si no esa promesa perpetuamente incumplida? ¿Qué son todas las modas, todas las tecnologías de la comunicación, todas las canciones de amor, si no un modo de mantener el sueño de una continuidad entre los seres en la que al final todo contacto queda obstruido? [4]

La mercantilización de nuestras relaciones sociales subordina lo social al imperativo de lo económicamente vendible en toda su extensión posible. Como hemos visto, nuestra sed de comunidad real es tergiversada en identidades e imágenes mediadas y configuradas por los mecanismos de la industria cultural. De este modo, para vender un desodorante, unas zapatillas o cierto tipo de ropa, no nos venden la mera necesidad de ellas, sino el estereotipo que hay tras la marca o su imagen, dicho estereotipo nos lleva a identificarnos con un submundo enmarcado en un status, que interpretamos según nuestra escala de valor social.  A todos nos han dicho alguna vez que para encontrar un trabajo hay que «invertir» en nuestra imagen porque «por la vista se entra mejor», o al menos hemos sentido que nuestra apariencia cumple un rol importante (para bien o para mal) en nuestras relaciones sociales. Comprar tal o cual producto, ya no es un simple acto de satisfacción de necesidades, sino que también es una «inversión» en nuestra identidad personal como mercancías arrojadas a la subasta social de su propia valorización.

Este desprendimiento fantasmagórico de la mercancía que propicia la reproductibilidad técnica, se nos presenta como la posta de la secularización religiosa venida de los antiguos modos de producción, que subsumida en el capitalismo es la ideologización materializada en las relaciones sociales.

Guy Debord en su libro «La sociedad del Espectáculo» describe este proceso de dominación mercantil como la dominación de la sociedad por «cosas suprasensibles aunque sensibles» (…), donde el mundo sensible se encuentra reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él y que al mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo sensible por excelencia. [5] Esta acumulación económica a la cual Debord llama Espectáculo, obedece a la ideologización de la lógica mercantil que ha pasado a dominar el mundo cultural, constituyendo a la economía política como la realización de la vida, la negación consumada del hombre.­ Así, el Espectáculo se establece como la ideología por excelencia, reproduciendo inconsciente y sistemáticamente el mismo monólogo: La necesidad del dinero es pues la verdadera necesidad producida por la economía política, y la única necesidad que ella produce»[6]

Por un lado, los valores burgueses clásicos conducentes a la ley del valor son permanentemente exaltados; el esteticismo, el exitismo, el esfuerzo, la competencia, la obediencia, etc. son pilares firmes del tejido social capitalista. Pero por otro, a través de la amplificación de identidades mercantiles aparentemente neutras, se asimila y convierte los actos de creación humana en conceptos cuantificables y digeribles, alienando la cualidad  transformadora de los actos y poniendo su foco en lo vendible para su incorporación al mercado de las identidades. Esta mercantilización generalizada de las ideas deviene necesariamente en una ideología totalizadora, la cual contiene el germen de la fragmentación y atomización dispersada por el cuerpo social.

 Expresión de este fenómeno, son los movimientos identitarios que emergieron en el segundo asalto proletario (años 60´s y 70´s aprox.) específicamente por la juventud rebelde, donde fueron mediatizados por identidades consumibles como el hippismo o el punk y que hasta el día de hoy emergen en el seno de la sociedad de clases. Dichos movimientos están profundamente hermanados con sus luchas contemporáneas venidas del campo político, las cuales surgieron también fragmentadas en diversos movimientos independientes entre sí, con identidades particulares, como la lucha de las minorías sexuales, el feminismo, el ecologismo, el indigenismo, el ciudadanismo, etc. Todas expresiones de la lucha contra el capital, pero en lenguaje ideológico.[7]

Característica nuclear de la ideología mercantil, es la demagogia histórica de la democracia, donde  somos «libres» de escoger a nuestros representantes para constituir la comunidad ficticia de la que supuestamente somos parte. Somos libres de escoger qué producto comprar en el súper, libres de escoger a que corporación vender nuestra fuerza de trabajo, y libres de comprar/vender nuestra identidad social en el mercado de la vida.

La producción de identidades es parte de la fragmentación ideológica del capital, la coagulación de la actividad humana parcelada según su valorización en la sociedad. La contemplación pasiva de estas imágenes es la proletarización de la vida avanzando en niveles espirituales. Cada nuevo concepto identitario es mediatizado por la mercancía y convertido en un nuevo estereotipo, en un manojo de representaciones.  Nada de lo que produzcamos a niveles afectivo/orgánico esta exento de esta cosificación, pues, nada de lo que vivimos esta exento de ser representado por la industria cultural.

La mercancía, tan matemáticamente dura, tan idealmente exacta, erguida como la deidad única, es finalmente el dios secularizado de la dominación ideológicamente integrada. Pues es ella, la única cierta en éste mundo. Es la única que ha sido capaz de igualar racionalmente nuestras distancias.[8]

El desastre social del que somos parte, nuestra progresiva proletarización, nos otorga un potencial negador que es necesario evidenciar y realizar. Un resto intuitivo propio de las clases oprimidas, reflejo de pasiones, vivencias, y recuerdos que reflejan un arte de vivir la vida. La búsqueda y el encuentro con nuestra comunidad de lucha es el reencuentro con el arte desintegrado. Se trata de poseer efectivamente la comunidad del diálogo y el juego con el tiempo que han sido representados por la obra poético-artística, la abolición del arte en su realización práctica y, al mismo tiempo, la necesaria abolición del viejo mundo y el hacer historia.

[1] Benjamín, Walter «La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica»

[2] Con este proceso, nos referimos al proceso en que el arte se desvincula de la comunidad cultural aun existente en las sociedades modernas, y pasa a ser un objeto en sí mismo, (desde su separación religiosa hasta el arte por el arte) una mercancía mas, pues al definirse a sí mismo-al dotarse de un marco delimitado en el universo de lo social,- detiene todo lo que esté en movimiento, se otorga un valor, dicta sus propios valores de lo que es y lo que no es, deviniendo en mercancía, en una cosa. Ver «El Arte como Realidad» de Herbert Marcuse y «La Obra de Arte en la época de su reproductibilidad técnica» de Benjamin Walter.

[3] Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia en tanto que separación espectacular. Debord Guy «El acondicionamiento del territorio» Tesis 167. La relación cultural que existió en algún momento con el territorio, se ve progresivamente dinamitado por la atomización de la vida social.

[4] Comité Invisible «Ahora»

[5] Debord Guy «La Mercancía como Espectáculo» Tesis 36

[6] Marx, Karl «Manuscritos Económico Filosóficos»

[7] Quisiéramos aclarar que no apelemos a un purismo en la expresión de la lucha, sabemos encontrar momentos de verdad en cada uno de los movimientos sociales que aunque fragmentados, plantan cara a la devastación capitalista. Pero creemos que es urgente desarrollar balances capaces de coordinar por completo las luchas contra el capital, como un ejercicio transversal a nuestra vida y que necesariamente debe constituirse en una praxis negadora del capitalismo en su totalidad. Asi, aprender de la historia para que cuando la oportunidad revolucionaria amanezca, no  caigamos en los errores de nuestras generaciones pasadas.

[8] «Al perder la comunidad de la sociedad del mito, la sociedad debe perder todas las referencias de un lenguaje realmente común, hasta el momento en que la escisión de la comunidad inactiva puede ser superada mediante el acceso a la real comunidad histórica. El arte, que fue ese lenguaje común de la inacción social, desde que se constituye como arte independiente en el sentido moderno, emergiendo de su primer universo religioso y llegando a ser producción individual de obras separadas, experimenta, como caso particular, el movimiento que domina la historia del conjunto de la cultura separada. Su afirmación independiente es el comienzo de su disolución.» Debord Guy, «La negación y el consumo de la cultura» Tesis 186″