Revuelta internacional contra el Capitalismo Mundial

Difundimos este texto de Proletarios Internacionalistas donde evaluan la situación actual del Capitalismo a nivel mundial, el mundo comienza a arder por los cuatro costados. El tercer asalto se avecina, desde Chile a Hong Kong miles de proletarios se alzan, no contra medidas particulares de los gobiernos de turno, sino contra la precarización de sus vidas en abierta oposición a un sistema que los mata lentamente. La revolución será mundial o no será. Por el comunismo y la Anarquía.

REVUELTA INTERNACIONAL CONTRA EL CAPITALISMO MUNDIAL
Proletarios Internacionalistas

La revuelta proletaria ha explotado a lo largo del mundo confluyendo violentamente en diferentes rincones del mismo. Chile, Ecuador, Irak, Haití, Francia, Líbano, Hong Kong, Colombia, Bolivia, Honduras, Argelia, Sudán… son algunos de los lugares donde en estos últimos meses hemos salido a las calles desatando toda la cólera acumulada durante años. Bastó el anuncio de una subida del subte en Chile, de la tasa de combustible en Francia, del precio del pan en Sudán, un impuesto en las llamadas por redes sociales y en la gasolina en Líbano, o que quitaran los subsidios al combustible en Ecuador, para que como en Irak o Haití, saliéramos desesperados y furiosos ante la imposibilidad absoluta de vivir.

La insaciable sed de ganancia de la burguesía mundial está llevando a la vida en la Tierra a límites inimaginables, la contradicción entre las necesidades de valorización y la vida humana explosionan desde hace años en revueltas que hoy, con la concentración en el tiempo de decenas de revueltas, anuncian una nueva agudización del antagonismo de clases a nivel internacional. Cada barricada, cada protesta que se alza contra los sucesivos aumentos de nuestra explotación, cada corte de ruta, cada saqueo, es un llamamiento del proletariado mundial a luchar contra el deterioro de nuestras condiciones de vida, a extender y afirmar la negación de este mundo, a empuñar y levantar de nuevo la bandera de la revolución social.

Lo que nos anuncian las revueltas que hoy se generalizan por el mundo capitalista no es otra cosa que la reemergencia del proletariado, el regreso del viejo topo que nunca dejó de cavar. La llamada primavera árabe, la revuelta social en Grecia, en Turquía, en Ucrania, o las recientes luchas en Brasil o Venezuela, eran la antesala de un movimiento internacional e internacionalista que hoy lleva el miedo a todos los representantes del capitalismo mundial e insufla esperanzas y fuerzas a los proletarios de todo el planeta.

Desde el gobierno de turno que ejecuta las medidas que imponen las necesidades económicas y suponen siempre una subida de los precios de lo imprescindible para vivir; desde el patrón que nos explota directamente en el trabajo sacándonos nuestra última gota de energía; desde el mercado que nos arroja al desempleo en un mundo en el que si no tienes billetes en el bolsillo sobras y vas directo el matadero; pasando por el banco, o mejor dicho, por los bancos mundiales que aumentan nuestro grado de explotación con todo tipo de medidas de expoliación que hace que esos mismos billetes valgan cada vez menos en nuestras manos; desde cada chute más de ganancia que ejecuta la burguesía mundial a costa de envenenar el aire, el agua, la tierra, nuestra sangre o lo que comemos, pasando por todas esas innumerables organizaciones, sindicatos y partidos de izquierda y de derecha que representan “alternativas” al interior del capital y que sirven para perpetuarnos en nuestra condición de esclavos… a todos y cada uno de ellos van siendo señalados por el fuego de la revuelta como responsables de nuestros sufrimientos, como representantes del capitalismo mundial.

La potencia que ha mostrado nuestra clase en estos meses ha conseguido trastocar incluso los encuadramientos que en algunos lugares la burguesía lograba imponer para fagocitar nuestra lucha. En Hong Kong, el encuadramiento interburgués recula por la fuerza de la lucha internacional que arrincona algunas de las consignas de nuestro enemigo y determina a los proletarios a delimitarse de las mismas. Hasta en Cataluña, donde el nacionalismo parece omnipotente dirigiendo un espectáculo que arrastra al proletariado a negarse como fuerza revolucionaria, han aparecido consignas y prácticas de minorías que expresan que la fuerza revolucionaria sólo se abrirá paso fuera y contra la trampa de las banderitas nacionales.

Claro que, dicho todo esto, subrayando la importancia histórica de lo que estamos viviendo y que tiende a afirmarse en la práctica como movimiento proletario internacional e internacionalista frente a todas las tentativas de la burguesía por reprimirlo, ocultarlo, canalizarlo, deformarlo, fraccionarlo… no dudamos ni un momento que no es más que el comienzo de un proceso largo y complejo. Es difícil predecir los pulsos y desarrollos que tendrá, las idas y venidas, pero indudablemente avanza ya hacia una confrontación cada vez más internacional y generalizada, cada vez más violenta, cada vez más decisiva.

Si bien estamos ya reventando de hambre, enfermando de todas las maneras posibles y asfixiándonos por todo lo que da empuje a la economía a costa de nuestra vida y la de nuestro planeta, lo que está por venir es todavía peor. La catástrofe capitalista que se viene encima es incomparable con lo que se ha vivido hasta ahora. Las insaciables necesidades vitales de la economía capitalista piden sacrificar al ser humano y a todo lo viviente en el altar de la ganancia. Pero los proletarios hemos retomado la vía que abre la puerta a otro futuro: la pelea, la lucha intransigente por imponer una transformación radical, el ataque a las diversas instancias y representantes del capital, la afirmación en las calle de innumerables rincones del mundo de la comunidad de lucha contra el capital.

Ante la fuerza de la revuelta internacional, el capitalismo mundial responde como no puede ser de otra manera, con todo su arsenal terrorista. Durante estas semanas de protestas la democracia del capital nos recuerda que su dictadura es la más brutal que ha conocido la humanidad. Policías, antimotines y milicos salen a llenar de sangre las calles, a destrozar cuerpos, a encerrarnos, a asesinarnos, a dejarnos sin suministros y sin abastecimiento para hacernos recular, para meternos el miedo y que abandonemos las calles, para mostrarse invencible. Centenares de muertos, decenas de miles de detenidos y encarcelados, hombres, mujeres y niños mutilados y torturados por las armas que usan contra nosotros, ciudades y barrios desabastecidos para que regresemos a nuestras casas y se añore la vuelta a la tranquilidad de los cementerios.

Pese a que en algunos lugares tratamos de responder a todo ese terrorismo creando ollas y cocinas comunitarias, albergues, espacios para cuidar a nuestros hijos más pequeños mientras otros pelean en las calles, centros para tratar a los heridos y refugiar a compañeros, y también respondemos con la violencia revolucionaria, tomando por la fuerza lugares de abastecimiento, atacando a los medios de comunicación del capital, consiguiendo y repartiendo armas con las que defendernos y atacar al terrorismo del Estado, intentando que el miedo cambie de campo, intentando responder a su terrorismo expresándonos como comunidad de lucha, como comunidad solidaria, lo cierto es que aún no tenemos la fuerza suficiente para responder como se necesita al terrorismo del Estado. Es cierto, los milicos y todo su arsenal asesino no nos ha hecho retroceder, y la resistencia en las calles nos llena de determinación y coraje. Sin embargo, cuando el ejército sale a las calles a desplegar todo su terror, pese a la existencia de minorías que mantienen el pulso de la lucha y tratan de dar directivas, todavía somos incapaces de dar un salto cualitativo que cristalice en insurrección. La necesidad que hoy se nos plantea en cada revuelta es cómo profundizar y desarrollar esa insurrección.

Tenemos que retomar la senda del pasado, recordar lo que hicieron nuestros hermanos de clase entonces, cómo se cristalizaron las insurrecciones pasadas que lograron desestabilizar al Estado. Tenemos que recordar cómo se desestructuró a los cuerpos represivos, cómo se descompusieron los ejércitos, cómo enormes franjas de milicos se negaron a disparar contra la revuelta o más aún, se pasaron con la armas a su lado. La descomposición del ejército siempre fue y será un salto de calidad fundamental en toda revuelta proletaria.

Tenemos también que retomar la creación de estructuras para el abastecimiento, para la autodefensa, organizar el asalto a los centros de armamento para cristalizar las necesidades insurreccionales del enfrentamiento. Pero también necesitamos saber cuándo replegarnos en los momentos en los que la correlación de fuerzas nos es desfavorable, manteniendo la fuerza colectiva para evitar que el Estado nos barra. A veces puede ser necesario el repliegue, que no el abandono, para estructurarse, ampliar el asociacionismo y la estructuración proletaria internacional. Necesitamos también sacar a los presos, a los detenidos, etc. Pero sobre todo necesitamos que todo esto sea materializado como expresión y dirección de nuestra comunidad de lucha contra el capital. Toda tentativa de eludir la necesidad insurreccional y desarrollar en su lugar una guerra entre aparatos, o la de escindir de la propia comunidad de lucha la organización de la violencia como tarea de específica de un grupo guerrillero, son caminos que liquidan la fuerza que estamos generando. Como lo son también todas las peticiones de derechos humanos, o las exigencias de dimisiones de responsables del Estado, formas de integración democrática. Sin embargo, estamos convencidos de que nuestra comunidad de lucha aprenderá no sólo de su propia experiencia actual, sino que esa misma experiencia le hará reencontrarse con su propio pasado para buscar las formas de asumir estas necesidades. Como en Irak, donde los proletarios lanzan consignas refiriéndose a la insurrección de 1991.

No podemos obviar que el orden social existente no sólo combate nuestra lucha con balas y milicos que se lanzan contra las barricadas, sino con un conglomerado de ideologías y fuerzas que maniobran para destruir toda contestación social. Y lo que es más peligroso, esas mismas fuerzas, aprovechando nuestras propias debilidades y límites actuales, se presentan como parte de nuestra comunidad de lucha, llevando a muchos sectores de nuestra clase a identificarlas como tal. Las “soluciones” nacionales o nacionalistas, los espectáculos de asambleas constituyentes, los pedidos de depuraciones democráticas o cualquier otra reforma al interior del Estado son balas más dañinas que las que tiran los milicos, pues van dirigidas al corazón de nuestro movimiento. De nuestra determinación a contraponernos y enfrentarnos a esas fuerzas de la contrarrevolución depende la perspectiva revolucionaria, el latido de ese corazón comunitario.

No hay que olvidar que también es fundamental asumir todas una serie de tareas en los lugares donde la paz social no se acaba de romper. Claro que las mismas no tienen nada que ver con limitarse a la cuestión antirrepresiva o/y movilizaciones en embajadas y consulados que son terreno abonado para discursos reformistas y de derechos, con quejas y condenas contra los “excesos del Estado”. Ni por supuesto con defender la revuelta en tanto “pueblo que no aguanta mas” y que es “reprimido brutalmente”. Estas prácticas permiten precisamente a fracciones progresistas liquidar la verdadera solidaridad de clase, hacer de la revuelta y su necesidad algo de otros lugares, ajeno, lo que justifica negarla en su propio territorio defendiendo la paz democrática y los llamados a votar al mal menor. Por el contrario, la solidaridad de clase defiende la revuelta como expresión de nuestra comunidad de lucha contra el capital, como una misma lucha contra un mismo enemigo mundial. Claro que, las necesidades y tareas que se pueden asumir en los diversos lugares viene condicionada, no por la voluntad o determinación de grupos militantes, sino por la correlación de fuerzas locales. Desde luego es necesario crear instancias y comités de solidaridad, para centralizar y difundir las distintas informaciones de la lucha, así como lo que se realiza al interior de la revuelta (la sociabilidad, los saqueos, la organización comunitaria, la autodefensa, los comunicados compañeros etc.), para contraponernos a las mentiras de los medios de comunicación, a las canalizaciones socialdemócratas; para crear redes de ayuda con los refugiados, etc. En definitiva, hay que impulsar la estructuración de nuestra comunidad de lucha internacional, buscar formas de satisfacer las necesidades que se nos plantean en la lucha y saltar los obstáculos que nos encontramos.

La revuelta proletaria que hoy pone patas arriba al capitalismo mundial deja en evidencia, frente a todos los que quieren hacernos creer que la revolución es imposible, que la única alternativa del ser humano al capitalismo es la revolución mundial. La propia lucha y lo que cristaliza, nos da la certeza de que la humanidad puede destruir esta forma de vivir basada en la comunidad del dinero, mandarla al basurero de la historia, y desarrollar una nueva sociedad basada en la comunidad humana y su unidad inseparable con la Tierra.

¡Desde diferentes países y distintos escenarios,
una misma lucha contra el capitalismo!

¡Organicemos internacionalmente nuestra comunidad de lucha!!

Afuera y en contra de sindicatos y partidos

¡A profundizar la lucha contra las relaciones sociales capitalista!

En camino a ninguna parte. Sobre el fin del progreso y la actualidad de un mundo sin clases ni Estados

Texto extraído de la página de los compañeros de Kosmoprolet 

Grupo Eiszeit

1 Mayo 2018, Zurich, Suiza

¡Qué bonito solía ser el futuro! Si contemplamos las visiones de futuro predominantes durante el siglo XX y las contrastamos con el presente, nos puede invadir la nostalgia o atenazar la desesperación. Aparte de las visiones apocalípticas que emergieron bajo la impresión de la Guerra Fría o de las sátiras sobre tendencias del presente, prevalecía una visión optimista del futuro.

Además de las expectativas por un posible asentamiento humano en el espacio, de nuevos avances médicos, del entusiasmo suscitado por el surgimiento de nuevos métodos de comunicación y la esperanza de una paz duradera, encontramos, sobre todo, predicciones acerca del futuro del trabajo. Éstas están en total contradiccón con las condiciones de vida del presente. John Maynard Keynes por ejemplo, uno de los economistas burgueses más influyentes del siglo pasado, pronosticó en el año de 1930 que dentro de cien años trabajaríamos 15 horas semanales.

Indudablemente el progreso del capitalismo siempre ha estado relacionado con la brutal explotación de los asalariados. Hoy en día, la legitimación de este sistema económico basada en la concepción del capitalismo como sistema dinámico, de genialidad inventiva y en constante búsqueda del progreso, está completamente en ruinas. Ya nadie quiere alcanzar las estrellas trabajando como astronauta, pues convertirse en estrella de Youtube es definitivamente la opción más atractiva. En realidad todos tienen miedo de reconocer que la perspectiva más optimista que nos queda, es la de encontrar un trabajo del cual podamos vivir y que, si tenemos suerte, recién nos lleve al borde del agotamiento después de los cuarenta. Ya no queda rastro alguno del utopismo de antaño, más bien todos se dedican a conservar la precariedad del status quo. Ya ni siquiera los programas espaciales tienen mucho valor para aquellos países que solían ser líderes en este sector. En su lugar, hoy en día, personas como el autoproclamado superhombre y empresario Elon Musk lanzan automóviles al espacio. Mientras tanto, el laboratorio del futuro, Silicon Valley, ha conseguido sus mayores éxitos en los últimos años, reinventando taxis, servicios de entrega y de alquiler de habitaciones privadas. Todo esto sin respetar las leyes de seguridad laboral y el salario mínimo, los cuales han sido sustituidos por modelos económicos en los que el riesgo empresarial recae completamente sobre los hombros de los precarizados “independientes“.

Volver al futuro

No sólo la promesa de felicidad en el futuro es parte del pasado, también el ahora se presenta en tonos grisáceos. La clase dominante no sólo ha perdido toda visión de futuro, sino también lo que alguna vez acompañó su ascenso: la razón y el humanismo. La deteriorada lumpenburguesía carece de estrategia. Mientras los asalariados son condenados a vivir sometidos al movimiento perpetuo del trabajo asalariado, el personal político se encuentra globalmente en una constante operación de emergencia.

En el norte de Siria, por ejemplo, Turquía, país miembro de la OTAN, ha asesinado ante los ojos de un público mundial mayormente desinteresado, y en complicidad con bandas asesinas islamistas, a curdos sirios (y pronto también asesinará a curdos iraquíes). Son precisamente aquellos que han estado actuando recientemente como infantería de los Estados Unidos y de la Unión Europea contra el Estado Islámico, los que ahora son asesinados con armas provenientes de esos mismos Estados. Al mismo tiempo, la Unión Europea se asegura, a través de generosos pagos al estado turco, de que prácticamente nadie pueda escapar del infierno de la guerra subsidiaria que tiene lugar en suelo sirio y en otros desestabilizados estados de la región, y refugiarse en Europa.

Pero no sólo personas provenientes de las regiones en crisis o en guerra intentan alcanzar las zonas euopeas de alta seguridad. Según la ONU, la migración internacional ha aumentado masivamente. El año pasado, 258 millones de mujeres migrantes cruzaron las fronteras nacionales. Se estima que, hasta 2060, 1.400 millones de personas tendrán que huir de las zonas costeras debido al aumento del nivel del mar. A esto se suman hambrunas en diferentes regiones debido al cambio climático y la progresiva erosión del suelo en territorios desertizados. Si bien no se puede decir con exactitud cuáles serán los efectos de estas catástrofes ecológicas ni cuál será el impacto que tendrán sobre los movimientos migratorios mundiales, con seguridad, la situación mundial se pondrá aún más incómoda.

También dentro de las fortalezas protegidas por Frontex el presente se presenta sombrío. Aunque la Internacional de los nacionalistas promete aislar al precarizado oasis europeo de los problemas de desarollo a nivel mundial, la competencia es omipresente y se presenta, hacia adentro, bajo las siglas de la ideología del darwinismo social y, hacia afuera, como chovinismo nacional e imperialista.

El odio hacia todo lo que es supuestamente inútil se expresa de diferente manera dependiendo del nivel de educación, pero el tenor general es inconfundible: los que no rinden, no tienen derecho a comer. Mientras tanto, el desmantelamiento del Estado del bienestar no combate la pobreza sino que reprime a los pobres. Sin embargo, los apologistas liberales, como el psicólogo evolutivo Steven Pinker (venerado por los medios de comunicación) vitorean que el número de los extremadamente pobres, aquellos que viven con menos de 1,90 dólares al día, está en declive. Al mismo tiempo, la esperanza de vida de los países que alguna vez fueron los más avanzados dentro del capitalismo, disminuye especialmente debido al desmantelamiento del sistema sanitario. Y de los Estados de la periferia meridional europea o de otros lugares en crisis ya nadie quiere hablar.

¡Activemos el freno de emergencia!

Del antiguo patetismo del progreso capitalista ya no queda mucho. La catástrofe no es el futuro inminente, sino más bien la posibilidad de que el ahora se repita eternamente. No será la historia, pero quizás sí una de las próximas generaciones, la que pronuncie un veredicto sobre aquellas personas que contemplaron pasivamente el mundo, sin entender que la miseria generalizada no es una ley de la naturaleza. Pero aquellos que se dedican a observar atentamente verán destellos de resistencia contra la coyuntura política. En diferentes lugares del planeta hay gente que se une para hacer frente al infortunio actual. En los EEUU, por ejemplo, miles de maestros están en huelga luchando contra condiciones de trabajo miserables, en Francia trabajadores ferroviarios y estudiantes se defienden contra los ataques desde arriba, y en Alemania hay huelgas de advertencia de vuelos y trenes y las guarderías permanecen cerradas. Recordemos también las luchas antirracistas contra la violencia policial que ocurren, por ejemplo, en los EEUU y en Brasil, las decenas de miles de personas que en Polonia están luchando contra una nueva ley de aborto tomándose las calles, y la ola de solidaridad con los refugiados en Alemania. Tambien en este país hay gente que se junta para intentar contrarrestar el estado actual de las cosas. Las luchas y tentativas momentaneamente permanecen aisladas, incapaces de oponerse de forma eficaz a las condiciones actuales. Es imposible predecir lo que sucederá en el futuro si estas luchas se intensifican, se expanden y se unen.

Probablemente, a lo largo de la historia, las condiciones objetivas para alcanzar grandes metas nunca hayan sido tan buenas como ahora, pues el desarollo tecnológico conlleva un enorme potencial: robots y sensores podrían librarnos del trabajo duro y monótono; en vez de ser espiados y estandarizados por la «Big Data» podríamos usar computadoras y redes informáticas para producir con cordura y de acuerdo a nuestras necesidades reales. Pero no sólo tendríamos que poner a la sociedad patas arriba sino también algunos aspectos de la tecnología misma, pues actualmente está siendo usada encontra de nosotros.

El ingenio humano no debería ser desperdiciado en encontrar nuevos modelos de negocio para vender cosas que son multiplicables arbitrariamente y que amenazan con socavar la forma de la mercancía. En vez de restringir artificialmente el uso de ciertos logros a través de patentes, podríamos poner a disposición de todos, nuevo software, grabaciones musicales, literatura, información y los avances de la arquitectura o de la investigación médica.

Si precindiéramos de todo trabajo superfluo pero indispensable para el capitalismo, instantáneamente tendríamos enormes recursos a nuestra disposicion: empleados de aseguradoras, directores de bancos, asesores fiscales o abogados; todos podrían usar su fuerza y tiempo en tareas mucho más significativas e importantes. Tan sólo imaginemos un segundo qué podríamos hacer, por ejemplo, si todos los recursos necesarios para el bombardeo y la masacre en Siria, fueran invertidos en otras cosas como la construcción de estructuras necesarias en la región: si así fueran las cosas, entonces hoy en día la tarea principal en Siria sería la administración de un paisaje floreciente. Para la construcción de un portaaviones estadounidense de la clase Nimitz, por ejemplo, se necesitan 40 millones de horas de trabajo y aproximadamente seis mil millones de dólares. Cada uno puede hacer sus propias cuentas e imaginarse lo que se podría hacer con todos estos recursos si fueran usados con sensatez.

La mala noticia: en el capitalismo la razón de estado y las exigencias económicas impiden constantemente todo uso razonable de estos potenciales. La buena noticia es que si derrocamos a este sistema tendremos a disposición un enorme potencial. Si se usara este potencial para desarollar las infraestructuras necesarias en las regiones de miseria, no sólo disminuiría la migración mundial, sino que también se reduciría la contaminación del medio ambiente. Sin embargo, si viviéramos dentro de una comuna mundial, toda persona podría moverse libremente a través del mundo, pues ésta no conocería fronteras que deban ser vigiladas.

La sociedad mundial sin clases ni Estados no conoce la competencia como principio básico, sino que se basa en la organización colectiva para satifacer las necesidades e intereses de los individuos no aislados. En vista del estado actual del mundo y de la falta de perspectivas que nos ofrece, no es más que un imperativo de la razón y de las necesidades romper con toda la mierda omnipresente. Tenemos que dar un salto hacia lo desconocido, pues aunque no surja directamente un paraíso, el resultado será mejor que el estado actual del planeta. No solo está en manos de todos y cada uno de nostros apoyar y unir los destellos de resistencia a través del mundo, sino también el darles una plataforma más amplia a los mismos.

POR UNA SOCIEDAD SIN CLASES NI ESTADOS

COMUNISMO O BARBARIE

Afiche «No Somos Zona de Sacrificio»

Nos llego este afiche a nuestro mail y lo DIFUNDIMOS para su reproducción en todo tipo de formato.

«Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia.» 

 

A mayor desarrollo económico, mayor atomización

 

NotadelBlog:Texto extraído desde la página web de la publicación «Comunidad de Lucha». Difundimos este material porque consideramos del todo importante, evidenciar la catástrofe existencial en la que nos sumerge el progreso capitalista cuando nos salvamos de morir de hambre o de frío siendo proletarixs. Humanos mercancía aislados y cada vez mas liciados afectivamente.

El progreso, que no es sino el desarrollo tautológico de la economía por sus propios medios, para su propia autoreproducción, supone el sumergir a cada vez más humanxs en una forma de subsistencia consistente en poner la vida al servicio de este desarrollo, lo que se traduce en la práctica a levantarse cada mañana para abordar las máquinas, por cierto atestadas de otrxs en similares condiciones a la nuestra, que nos llevan al claustro de los centros productivos, en los que debemos rendir cuentas todo el día a quienes muchas veces preferiríamos partirles la cara –aunque muchas veces su situación sea similar a la nuestra–, para luego abordar las mismas máquinas de vuelta al claustro habitacional de nuestras casas o de lo que llamamos nuestros hogares.

Estando la actividad humana encadenada al ciclo cotidiano del TRABAJA/CONSUME/DUERME, y desarrollándose ésta en un espacio cada vez menos pensado en las necesidades humanas y cada vez más para la circulación de humanxs-mercancías, es de esperarse que las relaciones humanas se vean cada vez más mermadas: las relaciones interpersonales están ancladas a los centros productivos, y quienes generen encuentros de camaradería afectiva fuera de los horarios asfixiantes de éstos deben sortear los obstáculos del dinero (necesario para ‘recrearse’), del tiempo y, cómo no, contar con la energía suficiente restante de la jornada laboral. Esto no podría sino hacer de la incomunicación y el aislamiento unas de las características dominantes en la vida de cada persona. De ahí que nos enfermemos con lo que la ciencia del Capital llama comúnmente como depresión, el ‘resfriado común’ de la psicología.

Es decir, la tristeza apabullante que agobia a la humanidad no es un problema mientras no se interponga en el camino del desarrollo económico, y si se le tiene en consideración, es sólo a propósito de este mismo desarrollo.

 

Claro que esto no le importa a quienes dominan sino hasta que es un problema para la economía, como evidencia la Organización Mundial de la Salud cuando advierte en su último informe sobre salud mental que ‘la caída de la productividad y otras dolencias médicas vinculadas a la depresión tienen un alto coste global, que la OMS cifra en un billón de dólares al año’, o que ‘por cada dólar invertido por un país en salud mental, se ahorra otros cuatro en trabajo (al generar mayor productividad laboral) y en salud (al evitar tratamientos contra estas patologías)¹. Es decir, la tristeza apabullante que agobia a la humanidad no es un problema mientras no se interponga en el camino del desarrollo económico, y si se le tiene en consideración, es sólo a propósito de este mismo desarrollo. De paso, el mismo informe advertiría que Chile lidera el raking de depresión², que por cierto implicaría grandes pérdidas monetarias para el Capital local a propósito de la cantidad de licencias médicas emitidas a causa de este ‘trastorno’. Esto probablemente debido a la atomización humana inherente al desarrollo económico, pero sin una estructura lo suficientemente fuerte para ‘contener’ los síntomas de este mismo desarrollo, como suele ocurrir en los llamados ‘países en vías de desarrollo’. Y no es que en los países centrales de acumulación capitalista la gente no enferme de tristeza y soledad, pero su enfermedad ha sido lo suficientemente encauzada en los canales del progreso como para que esto no suponga un problema considerable para la economía.

Y teniendo en cuenta este panorama de desolación global y generalizada, otros datos entregados por este informe, como aquellos que indican que la depresión se extendió un 20% más en la población global los últimos 10 años, o  que casi 800.000 personas se suicidan cada año en el mundo, lo que equivale a un suicidio cada cuatro segundos, no serían sino un dato secundario al lado de aquel que advierte la afrenta que supone para la economía que enfermemos de tristeza, soledad y estrés (sea por exceso de trabajo o por falta de él).

Contra esto, debemos tener claro que la guerra que libramos contra el Capital y sus agentes (incluso contra aquellxs que nos interpelan en nombre de nuestra propia salud) no es menos importante que nuestras prácticas por romper con nuestro propio aislamiento. Habría que ser muy iluso para creer que uno acaba con su propia alienación simplemente oponiéndose a la alienación generalizada; en cambio, un primer paso para la re-construcción de vínculos de camaradería afectiva genuinos podría ser el constatar la propia alienación y miseria, tomando nota de lo que esta produce en nuestras propias relaciones interpersonales, incluso con nuestrxs más cercanxs y entre ellxs: como la neurosis y frustración que entrañan nuestras relaciones afectivo-sexuales, la imposibilidad de establecer contacto real con el otrx, la incomunicación con quienes suponemos nuestrxs seres amadxs, el sentimiento generalizado de soledad en compañía, la necesidad de constituir nichos identitarios…

La lucha para la reconstitución de una comunidad humana pasa también por poner en práctica formas de afecto y confraternización que sirvan, por un lado, para la experimentación de formas de comunidad que entren en contradicción con la socialización enfermante del Capital, y, por el otro, para nuestra propia reconstitución y sanamiento personal: una práctica colectiva para la reconstitución personal. Si bien estas prácticas no serían más que mero comunitarismo si a la vez no apuntasen al corazón mismo de la alienación generalizada -es decir, a esta forma concreta de producir la vida, su base material (que es la raíz común de nuestra miseria psíquica, física, afectiva, sexual, etc.)-, creemos que el autocuidado y que el cuidado entre nosotrxs mismxs son parte fundamental en la constitución de comunidades que entren en ruptura con la comunidad ilusoria del Capital, pues creemos que la guerra contra la domesticación debe librarse también contra nuestra propia domesticación internalizada.

¡Barramos de raíz con esta realidad y con lo que esta realidad hace de nosotrxs!

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1. elespectador.com/salud/depresion-chile-aumenta-oms

2. biobiochile.cl/chile-lidera-ranking-depresion-oms(si bien no se advierte en la nota citada qué países o regiones participarían en dicho raking)

Reflexiones sobre el trabajo y la explotación humana.

Reflexiones sobre el trabajo y la explotación humana.

Es de suma importancia para un cambio revolucionario comprender la naturaleza de la explotación ejercida por el Estado/Capital  en tiempos donde el antagonismo social parece estar latente pero falto de lucidez teórica para esbozar  rotundamente una crítica radical de lo existente.

El concepto de trabajo es usualmente entendido como sinónimo de «actividad humana» y no es de extrañar que esto ocurra, puesto que vivimos un mundo donde prácticamente la totalidad de la vida cuesta «trabajo», pues todo el tiempo que transcurre en nuestras vidas está cuantificado por el capital y es «descontado» de nuestros salarios.

El trabajo ha sido históricamente reivindicado por una vasta gama de izquierdistas de toda índole, estos últimos dirán «el trabajo dignifica», asumiendo que trabajar es un hecho positivo para la integridad humana. Pero no fue hasta comienzos del siglo XX y fines del XIX, que el concepto de trabajo se «volvió» positivo para un sector de los explotados, hasta antes de ello, como veremos más adelante, siempre fue sinónimo de explotación y usura. Fue precisamente gracias a la Social Democracia[1] que se instauro esta creencia política, pues en términos sintéticos esta tendencia progresista interpretó el cambio social a través del desarrollo mecanicista de la historia; una mezcla entre reformas sociales y una ingenua credulidad en la tecnología donde el progreso económico terminaría por producir el socialismo, debido a ello es que pusieron un fuerte énfasis en el importante rol de los trabajadores y su función en la economía para el posterior desarrollo de la sociedad.  Gracias a este «acercamiento» de la política burguesa hacia la clase trabajadora, los trabajadores comenzaron a sentirse participes de la sociedad (¡y vaya que lo eran!) y no como meros parias desplazados, enviados a producir riquezas y morir en la marginalidad,  sino como productores materiales de la sociedad y futuros herederos del mundo socialista.

Pero el socialismo nunca llegó, con el desmentido del «progreso» tras la debacle ecológica y la pauperización del trabajo generada por el desarrollo tecno industrial, se viene vislumbrando ya desde hace mas de 40 años las primeras luces de una crisis económica que pone a los explotados en pie para volver a constituir una crítica radical del trabajo que se abstenga de luces reformistas y edulcoraciones varias. Es por ello que quisiéramos aportar algunas reflexiones acerca de su contenido y función, si lo que queremos es poner en la palestra la necesidad de un cambio revolucionario llevado a cabo por la comunidad humana en lucha, es de vital importancia poner en entre dicho la fuente de nuestra sumisión histórica  .

El trabajo asalariado como relación social fundada en la compra-venta de tiempo humano, es el núcleo económico que sostiene el desarrollo del capitalismo, pues encuentra su sentido ideológico en la economía política como  principio vertebral que rige incuestionablemente la sociedad moderna.

La historia del trabajo es la historia de la apropiación privada de la tierra y de los medios de producción. Históricamente, ya sea bajo la lógica violenta de la esclavitud, en la jerarquía de castas de la servidumbre, o en la lógica racionalista del salariado, los seres humanos que han estado atrapados bajo estas condiciones históricas siempre han estado forzados a tener que trabajar para sobrevivir, aunque se presente como una relación contractual «libre» de «iguales».

 El trabajo «asalariado» que conocemos hoy en día, se constituye a partir del saqueo de los territorios comunes donde la producción social era proporcional al fruto de la actividad de sus habitantes. Despojando a los antiguos «propietarios» de su forma comunitaria de vida para imponer estrictas jornadas de trabajo a cambio de sobrevivencia.

 A pesar de lo comúnmente aceptado,  «trabajar» no obedece a una lógica natural o inmanente de la especie humana, sino que es el reflejo de unas condiciones históricas determinadas, (el monopolio de la violencia, la institución de la sociedad de clases y la independización económica), pues el trabajo no siempre ha estado tan naturalizado por todos como hoy en día. Ha sido necesaria siglos de violencia para que la gente, literalmente bajo tortura, acepte ponerse al servicio incondicional de la economía.

Después de millones de años viviendo a merced de la naturaleza y su poder, la especie humana comienza a desarrollar ciertos niveles de técnica que le permiten comenzar a delimitar y controlar su supervivencia a través de la incipiente división de tareas y roles,  lo cual, progresiva y azarosamente permite el surgimiento de las primeras sociedades de clase donde aparece la esclavitud,  y con ello las primeras nociones de lo que es el trabajo.

 En Grecia, como toda cultura basada en clases y por ende en la extracción de energía ajena, las castas dominantes de la sociedad veían en el trabajo- o en las actividades dedicadas a la producción- un esencia indigna, una actividad dedicada a los esclavos, a seres no merecedores de la libertad divina. Con la filosofía clásica de Platón y Aristóteles, se da un sustento filosófico a la separación de las actividades humanas para constituir una sociedad de clases, la división del trabajo y la estratificación entre oprimidos y opresores aparece como fenómeno naturalizado e ideal en textos como «El banquete» de Platón.

«El concepto de trabajo es pues, en adelante, algo que separa una parte de las actividades humanas respecto de su conjunto, por ejemplo frente al juego, a los rituales, a los intercambios directamente sociales, asimismo como a toda la reproducción privada o domestica.»[2] Si revisamos los orígenes etimológicos de la palabra Trabajo viene del latín tripalium, que significaba literalmente ‘tres palos’ y era un instrumento de tortura formado por tres estacas a las que se amarraba al reo en la Edad Media. Con el tiempo se asocio el termino al efecto que este provocaba y se comenzó a relacionar la palabra trabajo al sufrimiento, tortura y castigo. Nada distinto de lo que los esclavos modernos llaman «Pega».

El proceso de transformación del trabajo esclavizado comenzó a mutar  con el paso de los siglos, las castas aristocráticas (reyes, emperadores, etc.) fueron perdiendo influencia y poder sobre la sociedad, lo cual produjo inevitablemente un reordenamiento del orden existente. A mediados del siglo XIII, en todo el globo, gracias a la sociedades de clases pre-existentes, se vino gestando un movimiento de acumulación de riquezas (tierras, minerales, cosechas, y bienes materiales) que fue constituyéndose en una independización del mercado mundial. Su lógica consistía en poner bajo su escrutinio todo lo vivo[3] , todo aquello que pudiera constituir un valor de uso para para convertirlo en un numero que pueda generar riqueza. Al apropiarse (en la mayoría de los casos a través de la invasión y la masacre) de dichos bienes, estos se convierten en mercancías y son intercambiables en el mercado bajo un «precio» (unidad que homogeniza las mercancías del mercado). El poder de la acumulación mercantil, produjo que los siervos y campesinos -hasta ese momento anclados al sistema tributario feudal-, fueran expropiados doblemente, pues  se les expropiaron sus derechos a los territorios comunales y se les despojó de su capacidad de auto sustento colectivo, obligándolos a convertirse en trabajadores «libres», esto quiere decir; hombres y mujeres desheredados y arrojados al mercado como mano de obra para la producción de mercancías a cambio de un salario para sustentar sus vidas[4].

Este nuevo orden fue proclamado por la revolución francesa[5], que de la mano con la revolución industrial, otorgó a la burguesía (clase históricamente comerciante y usurera) el poder de estructurar la sociedad a su modo. La propiedad privada se instituyó en forma de apariencia jurídica lo cual garantizó la compra y venta de trabajo humano como forma legal de explotación, de este modo el trabajo se erigió como garantía del porvenir social en forma de «contrato» entre individuos «libres» e «iguales» que «optan» por vender su fuerza de trabajo a otros[6], disfrazando la infamia de la apropiación privada bajo las leyes de la sociedad civil. Así la economía (estudio de la explotación y administración de los «recursos[7]» humanos y naturales) y el trabajo (forma de explotación de los «recursos» humanos y naturales) pasaron a estar profundamente imbricados en la reproducción  de las relaciones sociales y se transformaron en fin y medio del cuerpo social, controlados y regulados por el Estado y el poder jurídico.

Con la industrialización y el trabajo asalariado instituido jurídicamente como motor de la economía bajo el alero del Estado, se comienza a estructurar toda una clase social a partir de ello: el proletariado. Seres humanos completamente desposeídos de su capacidad autónoma para definir como vivir, confinados a sobrevivir en las ciudades teniendo que vender su tiempo a cambio de dinero (trabajar), y obligados a competir entre sí para mejores condiciones de vida. Los proletarios, poseedores solo de su fuerza de trabajo, se ven forzados a tranzarla como mercancía dentro de la maquinaria económica.  Esta mercancía  posee un precio que se calcula  a través del mercado en forma de salario, que es la cantidad de dinero obtenido a cambio de un trabajo particular. La fuerza de trabajo se equipara a cualquier otra mercancía, el trabajo se mide con el reloj, la azúcar se pesa con una balanza.

Todo lo producido por el trabajador no pertenece ya a él sino a quien le vendió su fuerza de trabajo. Toda mercancía producida por el trabajador es ya propiedad del capitalista. Pero para producir eficazmente y nutrir la economía hace falta un poco más que simplemente trabajadores haciendo funcionar las maquinas, hace falta trabajadores generando plus valor, y para ello es necesario estrujar su tiempo de trabajo y exigir al máximo sus capacidades. Pues la apropiación del capitalista es la apropiación del producto de la fuerza de trabajo, su excedente, y para que ese excedente produzca ganancias debe ser cuantitativamente superior al coste de la fuerza de trabajo (necesidades básicas para que el trabajador este en pie) lo que significa que el trabajador debe dar más de lo que estrictamente necesita para vivir, debe necesariamente generar una ganancia para el capitalista que no le es remunerada al trabajador, haciendo de la fuerza de trabajo una mercancía única en el mercado; pues al mismo tiempo que se consume se genera valor añadido con ella.

En este sentido, podemos decir que el trabajo es un vampiro[8] hecho de tiempo muerto, tiempo que no es vida y al que estamos obligados a someternos para sobrevivir, pues no se «trabaja» directamente para vivir, sino que se trabaja para hacer funcionar la economía (generando plus valor) y como apéndice de ello sobrevivir dentro de los márgenes posibles. El trabajo ES explotación.

En primera instancia el trabajo no modifica sustancialmente los  modos de producción que va usurpando de las comunidades que coloniza[9], solo se ocupa de operar en el modo de producción existente; o sea extraer el plus valor y usurpar  su producto a cambio de sobrevivencia objetivada en dinero (Subsunción formal del trabajo). Debido a esto, por mucho tiempo subsistieron en el capitalismo oficios artesanales de larga tradición, pero con el tiempo y debido a la incesante tendencia de generar mas y mas ganancias, estos oficios y el trabajo en general, tuvieron que integrarse a la forma de producción explícitamente capitalista, esto quiere decir, ajustarse a una extracción de plus valor cada vez mas racionalizada[10], con mayor control de la producción, y mayor especialización del trabajo. O sea, la aplicación consciente de la necesidad de extraer plus valor, empleando la ciencia y la tecnología para producir a gran escala. (Subsunción real del trabajo) Estos dos procesos del trabajo pueden coexistir aun en la actualidad, pero la Subsunción real del trabajo en el capital, como proceso hegemónico en la esfera laboral, es quien impone los tiempos de producción económica, pues el productor se encuentra completamente despojado de su actividad y producto. La figura «invisible» del mercado es quien controla los tiempos de producción y por ende se encarga de asegurar la valorización de las mercancías, todos; burguesía y proletariado reproducen el tétrico compás de la economía autonomizada. Así también, cualquier desarrollo tecnológico estará siempre en pos de esta misma tendencia, desde el cronometro a la computadora, toda innovación tecnológica tiene como fin ultimo su incorporación al mercado para garantizar una extracción de capital cada vez mayor con su aplicación.

Lo fantasmagórico de todo esto, es que el trabajo se ha instituido de hecho como jurídicamente libre, garantizando la explotación como forma natural del quehacer social, haciendo de la reproducción económica una precondición para la vida humana en términos ideológicos. La imposición violenta de esta ideología , se funde en la enajenación generalizada del fetichismo de la mercancía, donde se asume la naturaleza mercantil del trabajo; el humano se vuelve mercancía y la mercancías adquieren características humanas, pues dominan a sus creadores.[11]

Esta enajenación de la vida transformada en cosa, es proyectada como un monologo universal y objetivo por todos los defensores de esta sociedad. De izquierdas o derechas los proletarios conformes con la miseria existencial que padecen exhiben orgullosamente su amor al trabajo como si fuera algo de lo que enorgullecerse, su adhesión casi patológica a la explotación cual síndrome de Estocolmo[12], muestra la adaptación a la competencia entre esclavos salariales que sirven voluntariamente a la sociedad mercantil, sin ningún tipo de cuestionamiento a ESTA  vida pobre, repetitiva y vacía, donde nuestras energías no están puestas en realizar nuestros deseos y motivaciones, sino en tener dinero para comprar sobrevivencia y el sobrante gastarlo en alguna mercancía que aparente nuestra felicidad y plenitud. Pero en el fondo sabemos que nuestra existencia es aburridísima y miserable.

Queremos la vida de vuelta, para poder vivir como se nos antoje sin depender del dinero; de tasas de cesantía, de créditos, o crisis bursátiles. Queremos la tierra ´para  los comunes, para todos todo.

¡Hasta evidenciar la miseria de nuestra vida cotidiana, por la revolución social!

¡ABAJO EL TRABAJO ASALARIADO!

[1] Personajes de la socialdemocracia como Lasalle, Kautsky, o Bernstein, influidos por la ideología marxista de la II internacional(que no es lo mismo que el pensamiento de Marx) defendían la tesis de que impulsando una serie de reformas que disimularan las contradicciones de clase creadas por el trabajo, y gracias al progreso tecnológico derivado de la economía, gradualmente se llegaría al socialismo. Este pensamiento fue severamente cuestionado por el mismo Karl Marx, tanto en los escritos de «18 brumario de Luis Bonaparte» como en la «critica al programa de Gotha». «A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia» Marx «18 Brumario de Luis Bonaparte».

[2] Anselm Jappe «Algunas buenas razones para librarse del trabajo»

[3] Al decir todo lo «vivo», nos referimos a aquella tendencia del movimiento de acumulación capitalista de convertir todo lo existente en «cosa» o en «dinero», en apropiarse de todo para cuantificarlo y ponerle precio, para hacer ganancias de ello.

[4] «El preludio de la transformación que había de echar los cimientos para el régimen de producción capitalista, coincide con el último tercio del siglo XV y los primeros decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes feudales —que, como dice acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todas partes casas y patios»— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarios libres y desheredados. El poder real, producto también del desarrollo burgués, en su deseo de conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente la disolución de estas huestes feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causa que la produjo. Los grandes señores feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon un proletariado incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los campesinos de las tierras que cultivaban y sobre las que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que ellos, y al usurparles sus bienes comunales.» Karl. Marx «El capital, La acumulación originaria»

[5] Este hecho marca un hito en la hegemonía política en vías a la institución del capitalismo, pues  aplana el camino para la instauración de una nueva ideología para gobernar a las masas; la democracia.

[6] “La órbita de la circulación o del intercambio de mercancías, en cuyo marco se desenvuelve la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero edén de los derechos innatos del hombre. Dentro de sus límites imperan exclusivamente la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. ¡La libertad! Pues el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, se someten sólo a su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales jurídicamente. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. ¡La igualdad! Pues compradores y vendedores se refieren recíprocamente solo como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. ¡La propiedad! Pues cada uno dispone únicamente de lo que es suyo. ¡Y Bentham! Pues cada uno se preocupa únicamente de sí mismo. El único poder que los une y los pone en relación es el de su propia utilidad, de su provecho particular, de su interés privado” Karl Marx «El Capital» Tomo I 183-184

[7]Usamos las comillas, para aclarar que ocupamos este término utilitario y económico a falta de otro concepto que nos hable de la naturaleza no vista como una cosa sino como parte de un todo material del que somos parte como género humano, evidentemente producto de la cultura de la separación nos es imposible concebir dicho concepto, el lenguaje es reflejo y condición de nuestra realidad.

[8] Marx dirá que «El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa. » Con esto se refiere a la capacidad de la fuerza de trabajo(=trabajo vivo) de otorgar valor a su producción de mercancías (=trabajo muerto) tras una jornada de trabajo determinada temporalmente.

[9] Nos referimos a la subsunción de actividades productivas como la extracción de mineral, el campesinado, o la artesanía, que no constituyen una forma de producción capitalista en sí mismas pero que son puestas al servicio de la producción de valor.

[10] En este sentido, vemos que la aplicación racionalizada de la lógica de valorización capitalista se ve representada históricamente con la aparición del taylorismo como sistema de organización del trabajo en pos de la extracción cada vez mayor de plus valor. Esta tendencia se fue refinando con el pasar de las décadas y el desarrollo paralelo de la tecnología, dando paso al fordismo, posfordismo, y otras como el neoshumpeterianismo.

[11] La sociedad capitalista y en particular los proletarios, se encuentran alienados a tal punto por la mercancía y su fetiche, que incluso en la marginalidad del tiempo «libre», los explotados «disfrutan» idolatrando a las vedettes del consumo; celulares, televisión, o alguna mercancía que esté de moda. Lo evidentemente religioso de todo esto es que sus productores (los proletarios) se ven completamente eclipsados por sus productos (las mercancías)  viviendo al son del dictado publicitario y las nuevas necesidades que arroja. La miseria de los trabajadores se ve reflejada en el empobrecimiento sistemático  de su vida cotidiana; la introducción masiva de mercancías  tecnológicas ha generado una fuerte tendencia al aislamiento social que se traduce en un progresivo  debilitamiento de los vínculos sociales de toda índole, ocupando cada vez más tiempo a la necesidad de producir ( dinero) o de reproducir (consumir mercancía) dos aspectos fundamentales para perpetuar la dominación económica del capitalismo.

[12] Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.

[Audiovisual] Leviatán

«Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación.»

Nosotros no somos demócratas. Estamos en la búsqueda y en la lucha por la construcción de una sociedad en la que las relaciones humanas no vengan mediadas por el dinero ni por el ejercicio de poder sobre las otras, ésta es nuestra intención. Pensamos que hace falta hacer un análisis de lo que supone hoy en día la democracia, ya que viendo como la lógica en la que ésta se sustenta se filtra en muchos de los discursos de algunos de nuestros compañeros, se nos vuelve muy difícil una ruptura real con el sistema de dominación actual. Atacamos la democracia porque es la forma más precisa y perversa que toma el capitalismo a la hora de gobernarnos. Atacamos la democracia porque su potencia desmovilizadora consiste, en buena medida, en movilizarnos dentro de los amplios márgenes que no la cuestionan. Atacamos la democracia porque no hemos renunciado a cambiar el mundo, porque aún no nos damos por vencidas y somos capaces de desear situaciones colectivas que desconocemos y porque intuimos que la vida no se sitúa dentro de los márgenes de lo que hoy día es posible.

El Consumo del Arte

El consumo del arte

                                                                                                                           

 

En definitiva, el actor de teatro presenta él mismo en persona al público su ejecución artística; por el contrario, la del actor de cine es presentada por medio de todo un mecanismo[1] 

La colonización de las mercancías ha trastocado la vida a tal punto que nuestra cultura y cotidianidad están sometidas a su dominio. La subordinación histórica del arte desde la esfera religiosa al modo de producción capitalista[2] ha descompuesto toda experiencia social antes vivida en una representación identitaria/espectacular. La degradación del ser en tener, ahora ha devenido de tener a parecer.  Si antiguamente el arte podía definirse como expresión de la vida cotidiana, en tiempos de dominación capitalista, la vida cotidiana es expresión de la realización del arte. Pasemos a explicar esto.

La reproductibilidad técnica, surgida del desarrollo industrial y la explotación de trabajo humano, han dotado a la mercancía de un carácter fantasmagórico que induce a los seres a vivir al compás de la economía. Bajo los mecanismos de la fotografía, el cine, la TV, y actualmente el internet; la industria cultural y de las comunicaciones se encuentran en un lugar nunca antes visto. La mutación antropológica que significa dejar de realizar la cultura como la propia producción de la vida, y pasar a la contemplación masiva de signos, imágenes e identidades, conllevó un desplazamiento en la configuración identitaria de los explotados. Los cuales, históricamente han construido su identidad desde lo territorial, religioso y vivencial, pasando así a la desposesión del ámbito comunicacional, progresivamente socavada por la industria cultural. La «burbuja mediática» de cine-televisión-internet, ha contribuido a una deslocalización de lo cultural[3]; la identidad se presenta diversa y vacía en la misma proporción en el universo de banalidades esculpidas por el Dios Dinero. La colonización del espectáculo mercantil ha unificado todo el espacio-tiempo.

La lógica interna del mercado capitalista se ha constituido en la ideología dominante de la cultura de los explotados, manifestándose demagógicamente como objetivo de la sociedad. Para esto, ha utilizado los mecanismos de la reproductibilidad técnica que ha desarrollado desde mediados del siglo XIX (desarrollo de mecanismos de montaje, edición, producción en serie, estandarización, etc. ),  posibilitando un avance nunca antes visto en la realización y reproducción del arte, ocultando el proceso de creación mismo y trastocando el sentido de la obra. Esto tiene una consecuencia directa en la vida, ya que se pasa de un contexto histórico de producción de referencias culturales (imaginarias y ancestrales), a ser meros espectadores/consumidores de un mundo de identidades y estereotipos, degradando la significación del momento vivido y de su historia. Olvidando la producción espontánea y única del momento creativo, para dar pie a un bombardeo de representaciones que cristalizan la conducta en patrones culturales, funcionales a reproducir la lógica de esta sociedad: el aislamiento y categorización de todo concepto que conlleve actitudes identificables o identidades para ser potencialmente valorizables.

La implementación del consumo generalizado de identidades tiene una relación directa con la colonización mercantil de las experiencias sociales. Puesto que las mercancías median cada vez más las relaciones sociales, la necesidad urgente de proveer identidades que satisfagan la falta de comunidad real de las personas, se ha convertido en un nicho económico.  La necesidad de sentirse parte de una comunidad, es mercantilizada en forma de identidad y así transable en el mercado cultural. La reproducción social de las mercancías humanas genera que estas se relacionen a partir de estereotipos distinguibles, que convertidos a escala del valor, se tranzan en el mercado de la competencia social. Nuestra necesidad de comunidad es tan imperiosa que, tras haber arrasado todos los vínculos existentes, el capitalismo ya no carbura más que con la promesa de «comunidad». ¿Qué son las redes sociales, las aplicaciones de citas, si no esa promesa perpetuamente incumplida? ¿Qué son todas las modas, todas las tecnologías de la comunicación, todas las canciones de amor, si no un modo de mantener el sueño de una continuidad entre los seres en la que al final todo contacto queda obstruido? [4]

La mercantilización de nuestras relaciones sociales subordina lo social al imperativo de lo económicamente vendible en toda su extensión posible. Como hemos visto, nuestra sed de comunidad real es tergiversada en identidades e imágenes mediadas y configuradas por los mecanismos de la industria cultural. De este modo, para vender un desodorante, unas zapatillas o cierto tipo de ropa, no nos venden la mera necesidad de ellas, sino el estereotipo que hay tras la marca o su imagen, dicho estereotipo nos lleva a identificarnos con un submundo enmarcado en un status, que interpretamos según nuestra escala de valor social.  A todos nos han dicho alguna vez que para encontrar un trabajo hay que «invertir» en nuestra imagen porque «por la vista se entra mejor», o al menos hemos sentido que nuestra apariencia cumple un rol importante (para bien o para mal) en nuestras relaciones sociales. Comprar tal o cual producto, ya no es un simple acto de satisfacción de necesidades, sino que también es una «inversión» en nuestra identidad personal como mercancías arrojadas a la subasta social de su propia valorización.

Este desprendimiento fantasmagórico de la mercancía que propicia la reproductibilidad técnica, se nos presenta como la posta de la secularización religiosa venida de los antiguos modos de producción, que subsumida en el capitalismo es la ideologización materializada en las relaciones sociales.

Guy Debord en su libro «La sociedad del Espectáculo» describe este proceso de dominación mercantil como la dominación de la sociedad por «cosas suprasensibles aunque sensibles» (…), donde el mundo sensible se encuentra reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él y que al mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo sensible por excelencia. [5] Esta acumulación económica a la cual Debord llama Espectáculo, obedece a la ideologización de la lógica mercantil que ha pasado a dominar el mundo cultural, constituyendo a la economía política como la realización de la vida, la negación consumada del hombre.­ Así, el Espectáculo se establece como la ideología por excelencia, reproduciendo inconsciente y sistemáticamente el mismo monólogo: La necesidad del dinero es pues la verdadera necesidad producida por la economía política, y la única necesidad que ella produce»[6]

Por un lado, los valores burgueses clásicos conducentes a la ley del valor son permanentemente exaltados; el esteticismo, el exitismo, el esfuerzo, la competencia, la obediencia, etc. son pilares firmes del tejido social capitalista. Pero por otro, a través de la amplificación de identidades mercantiles aparentemente neutras, se asimila y convierte los actos de creación humana en conceptos cuantificables y digeribles, alienando la cualidad  transformadora de los actos y poniendo su foco en lo vendible para su incorporación al mercado de las identidades. Esta mercantilización generalizada de las ideas deviene necesariamente en una ideología totalizadora, la cual contiene el germen de la fragmentación y atomización dispersada por el cuerpo social.

 Expresión de este fenómeno, son los movimientos identitarios que emergieron en el segundo asalto proletario (años 60´s y 70´s aprox.) específicamente por la juventud rebelde, donde fueron mediatizados por identidades consumibles como el hippismo o el punk y que hasta el día de hoy emergen en el seno de la sociedad de clases. Dichos movimientos están profundamente hermanados con sus luchas contemporáneas venidas del campo político, las cuales surgieron también fragmentadas en diversos movimientos independientes entre sí, con identidades particulares, como la lucha de las minorías sexuales, el feminismo, el ecologismo, el indigenismo, el ciudadanismo, etc. Todas expresiones de la lucha contra el capital, pero en lenguaje ideológico.[7]

Característica nuclear de la ideología mercantil, es la demagogia histórica de la democracia, donde  somos «libres» de escoger a nuestros representantes para constituir la comunidad ficticia de la que supuestamente somos parte. Somos libres de escoger qué producto comprar en el súper, libres de escoger a que corporación vender nuestra fuerza de trabajo, y libres de comprar/vender nuestra identidad social en el mercado de la vida.

La producción de identidades es parte de la fragmentación ideológica del capital, la coagulación de la actividad humana parcelada según su valorización en la sociedad. La contemplación pasiva de estas imágenes es la proletarización de la vida avanzando en niveles espirituales. Cada nuevo concepto identitario es mediatizado por la mercancía y convertido en un nuevo estereotipo, en un manojo de representaciones.  Nada de lo que produzcamos a niveles afectivo/orgánico esta exento de esta cosificación, pues, nada de lo que vivimos esta exento de ser representado por la industria cultural.

La mercancía, tan matemáticamente dura, tan idealmente exacta, erguida como la deidad única, es finalmente el dios secularizado de la dominación ideológicamente integrada. Pues es ella, la única cierta en éste mundo. Es la única que ha sido capaz de igualar racionalmente nuestras distancias.[8]

El desastre social del que somos parte, nuestra progresiva proletarización, nos otorga un potencial negador que es necesario evidenciar y realizar. Un resto intuitivo propio de las clases oprimidas, reflejo de pasiones, vivencias, y recuerdos que reflejan un arte de vivir la vida. La búsqueda y el encuentro con nuestra comunidad de lucha es el reencuentro con el arte desintegrado. Se trata de poseer efectivamente la comunidad del diálogo y el juego con el tiempo que han sido representados por la obra poético-artística, la abolición del arte en su realización práctica y, al mismo tiempo, la necesaria abolición del viejo mundo y el hacer historia.

[1] Benjamín, Walter «La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica»

[2] Con este proceso, nos referimos al proceso en que el arte se desvincula de la comunidad cultural aun existente en las sociedades modernas, y pasa a ser un objeto en sí mismo, (desde su separación religiosa hasta el arte por el arte) una mercancía mas, pues al definirse a sí mismo-al dotarse de un marco delimitado en el universo de lo social,- detiene todo lo que esté en movimiento, se otorga un valor, dicta sus propios valores de lo que es y lo que no es, deviniendo en mercancía, en una cosa. Ver «El Arte como Realidad» de Herbert Marcuse y «La Obra de Arte en la época de su reproductibilidad técnica» de Benjamin Walter.

[3] Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia en tanto que separación espectacular. Debord Guy «El acondicionamiento del territorio» Tesis 167. La relación cultural que existió en algún momento con el territorio, se ve progresivamente dinamitado por la atomización de la vida social.

[4] Comité Invisible «Ahora»

[5] Debord Guy «La Mercancía como Espectáculo» Tesis 36

[6] Marx, Karl «Manuscritos Económico Filosóficos»

[7] Quisiéramos aclarar que no apelemos a un purismo en la expresión de la lucha, sabemos encontrar momentos de verdad en cada uno de los movimientos sociales que aunque fragmentados, plantan cara a la devastación capitalista. Pero creemos que es urgente desarrollar balances capaces de coordinar por completo las luchas contra el capital, como un ejercicio transversal a nuestra vida y que necesariamente debe constituirse en una praxis negadora del capitalismo en su totalidad. Asi, aprender de la historia para que cuando la oportunidad revolucionaria amanezca, no  caigamos en los errores de nuestras generaciones pasadas.

[8] «Al perder la comunidad de la sociedad del mito, la sociedad debe perder todas las referencias de un lenguaje realmente común, hasta el momento en que la escisión de la comunidad inactiva puede ser superada mediante el acceso a la real comunidad histórica. El arte, que fue ese lenguaje común de la inacción social, desde que se constituye como arte independiente en el sentido moderno, emergiendo de su primer universo religioso y llegando a ser producción individual de obras separadas, experimenta, como caso particular, el movimiento que domina la historia del conjunto de la cultura separada. Su afirmación independiente es el comienzo de su disolución.» Debord Guy, «La negación y el consumo de la cultura» Tesis 186″

[Audivisual] Canción de la torre mas alta

Domingo 3 de julio de 2016, un hombre de identidad desconocida se alza del sexto piso del mall Costanera Center. Es uno más de los tantos que se ha lanzado del centro comercial y uno de los millones de tantos otros más que sufre las penurias del capitalismo.

«Ociosa juventud A toda sometida
Por delicadeza Perdí mi vida.
¡Ah! Que venga el tiempo
En que los corazones se ilusionen.
Me dije: olvida,
Y que no se te vea:
Y sin la promesa
De más altos gozos.
Que nada te detenga,
Augusta retirada.
Tuve tal paciencia
Que por siempre olvido;
Dolor y temores
Al cielo han partido.
Y enfermiza sed
Sombrea mis venas.
Así la Pradera,
Librada al olvido,
Grande, y florecida
De incienso y cizañas,
Al feroz zumbido
De cien cochinas moscas.
¡Ah, las mil viudeces
De un alma tan pobre
No tienen más imagen
Que Nuestra Señora!
¿Acaso se reza
A la Virgen María?
Ociosa juventud
A toda sometida,
Por delicadeza
Perdí mi vida.
¡Ah! ¡Que venga el tiempo
En que los corazones se ilusionen!»
Mayo 1872.
Arthur Rimbaud
Luego de finalizar este video han ocurrido: 1 intento de suicidio 2 suicidios En el costanera Center

La miseria del tiempo capitalista

La miseria del tiempo capitalista[1]

Apuntes críticos sobre el tiempo-mercancía.

El proyecto revolucionario de una sociedad sin clases, de una vida histórica generalizada, es el proyecto de la descomposición de la medida social del tiempo en beneficio de un modelo lúdico de tiempo irreversible de los individuos y de los grupos (…). Es el programa de una realización total en el entorno del tiempo del comunismo que suprime «todo lo que existe independientemente de los individuos». G. Debord

El tiempo es de aquellos conceptos que todos experimentamos pero que nadie puede definir certeramente. En nuestra época, podemos decir que por sentido común lo único que podríamos decir sobre el tiempo es que éste posee un carácter lineal, o sea que avanza hacia algún lado, y aunque no sepamos muy bien hacia donde, solo sabemos que transcurre y nosotros con él. Si investigamos, evidenciamos que este carácter lineal o progresivo del tiempo proviene de un origen profundamente teológico. La concepción del tiempo progresivo que poseemos actualmente, deviene fundamentalmente de la concepción que el Judaísmo, y posteriormente el Cristianismo le imprimió al tiempo a través de la instauración de los conceptos de origen y fin de los tiempos. Si bien podemos decir que el cristianismo y las demás creencias han ido en franca retirada del mapa religioso/ideológico, con el pasar de los siglos la noción de tiempo lineal es uno de los conceptos más fuertemente secularizados en la cultura moderna.  La noción de tiempo que conocemos hoy deviene principalmente  de los relatos bíblicos, donde la humanidad transitaba desde la tierra prometida hacia la vida eterna. Esta noción teológica del tiempo influyó en la concepción de una historia lineal que deviene siempre en un progreso hacia algo mejor, separando la unidad cíclica del tiempo cósmico, en las categorías de pasado, presente y futuro.

Con el paso de los siglos,  la desvinculación de la esfera económica como ámbito autónomo de la vida humana se produjo a la par el desarrollo del Estado como institución que posibilita el control y dominio de las relaciones mercantiles entre las personas. Producto de este proceso, se potencia el desarrollo de la industria  apareciendo las primeras fábricas; lugares de reclusión de campesinos transformados en proletarios donde  se les confina a la producción en serie de mercancías bajo el inminente control temporal, expropiando el tiempo realmente vivido de los proletarios bajo la medición cronométrica del mismo, la cual se hace indispensable para cuantificar y subyugar el trabajo de los proletarios en una medida abstracta.

La invención del reloj mecánico, fue un mecanismo fundamental para someter y disciplinar a quienes debían producir las mercancías necesarias dentro de las fábricas para la continua expansión del mercado mundial.[2] Así, se logra definitivamente traducir los ciclos cósmicos a unidades de medición convencional (segundos, minutos, horas) lo que permite una medición y control mucho más exhaustivos  sobre el tiempo de vida humano, transformando el tiempo realmente vivido en intervalos equivalentes que dictan la condena del valor sobre la vida, nació así la separación entre “tiempo de trabajo” y “tiempo libre”. Esta separación implícitamente involucra que cuando se está en el trabajo no se está de manera voluntaria, sino que estamos sometidos a los embates del tiempo y por ende a las necesidades de la economía autonomizada. El tiempo de trabajo se torna un tiempo muerto, donde el obrero está separado de su resultado y por ende le es indiferente. Este proceso implicó una resistencia furibunda de los explotados, que luchaban contra el tiempo económico impuesto por sus detentores  a través del sabotaje y la desobediencia pero fueron acallados a punta de sangre, tortura y muerte.

Con el paso de las generaciones, el discurso dominante logra colarse en las conciencias proletarias con la apología al esfuerzo laboral, que no es más que la vieja creencia en el progreso traducida a la cotidianidad proletaria, en esta época los explotados ya no luchan contra el tiempo-mercantil impuesto, sino que luchan por menos tiempo de trabajo. Los obreros revolucionarios de principios de siglo XX coincidían en que, a través de la aceleración del desarrollo económico,  se constituirían las bases de una sociedad libre, afirmando de este modo las bases del progreso capitalista, lo que significó la sentencia contrarrevolucionaria de principios de siglo XX. La creencia en el tiempo lineal y la economía autonomizada aplanaron el camino hacia una ideología del progreso hegemónica prácticamente en toda la población (incluso aquellos que creyeron que, potenciando el desarrollo económico a través del trabajo, llevarían a la humanidad a un estadio de emancipación) constituyendo uno de los pilares fundamentales para la reproducción del capitalismo a escala mundial, fundamentando inconscientemente su permanencia a expensas de cualquier embate revolucionario que no erradique de raíz el embrión progresista.

En el mundo contemporáneo, la expropiación del tiempo se ha extendido a todos los ámbitos de la vida y no se limita, como antes, al terreno laboral. En el capitalismo actual, la expropiación del tiempo de la vida se expresa, de manera paradójica, en la falta de tiempo. Esto es ocasionado por el culto a la velocidad, la aceleración de ritmos, la dilatación de los trayectos de las ciudades, la incorporación de las periferias urbanas mediante la generalización del automóvil, los embotellamientos por el exceso de vehículos privados, la conversión del ocio en una mercancía, la omnipresencia esclavizante del celular, el sometimiento al televisor, frente al cual las personas pasan una buena parte de su existencia, la ampliación de la jornada de trabajo… Un dicho africano expresa de manera contundente nuestra falta de tiempo: “Todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo”[3]

De esta forma, el tiempo lineal se adaptó perfectamente al sistema de dominación capitalista, pues entrelaza directamente la necesidad de producción creciente e incesante  de capital con la creencia de que esta producción nos llevará al paraíso tecno idílico. Aquella promesa histórica en donde el progreso de la economía es el vehículo a través del cual se suplirán todas nuestras necesidades como sociedad, obedece a la creencia burguesa del capital como motor y regulador histórico de la sociedad. El mito del progreso económico e industrial como proceso superador de las necesidades básicas humanas no solo constituye una gran falacia histórica, sino que constituye uno de los pisos fundamentales para sostener la ideología capitalista y todo su andamiaje de explotación humana. Pues si el avance del progreso busca solventar las necesidades humanas ¿Cómo explicar que con más de cinco siglos de acumulación mercantil y desarrollo industrial trabajemos más de lo que lo hacían nuestros antepasados para sobrevivir? ¿Cómo se explica que más de la mitad de la comida producida actualmente sea vertida en basurales debido a la especulación? ¿Cómo explicamos que todo el desarrollo y progreso tecnológico nos tenga ad portas de una catástrofe ambiental? ¿Acaso con más desarrollo tecnológico podremos enmendar el desastre que él mismo ha creado? El progreso y la tecnología no están para suplir las necesidades humanas, sino para perpetuar la explotación de trabajo humano y los recursos naturales del planeta. De hecho, los aspectos biológicos del tiempo como el envejecer y el ciclo vigilia-sueño, pasan completamente a segundo plano ante la vorágine del trabajo tornándose meros apéndices de la producción, siendo siempre el tiempo mercantil quien regula y distribuye los tiempo de no-vida.

El tiempo lineal es parte fundamental del movimiento por la producción, y es actualmente un mecanismo de evasión perfecto para hacer que los proletarios no constaten su inmediata miseria, al fin y al cabo, solo los locos quisieran aventurarse al caos de la vida en comunidades libres en vez de la anodina rutina administrativa u obrera. Inmersos en un mundo que mira permanentemente hacia el futuro, negando el momento vivido, se reproduce una lógica fundamentalmente sumisa, pues quien asume que no puede acceder a sus deseos  aquí y ahora postergándolos para un mañana, solo asume su propia dominación como parte normal de la existencia.

CONTRA LA NO-VIDA, HASTA QUE EL ÚLTIMO RELOJ SEA DESTRUIDO, POR LA COMUNIZACIÓN ¡¡¡REVOLUCIÓN!!!


[1] Apropósito de la destrucción del reloj de flores en Viña del Mar producto de un temporal. A veces la naturaleza nos da pistas.

[2] Este proceso de proletarización campesina, no podría haberse desarrollado sin el yugo del tiempo cronométrico y lineal, un mecanismo derechamente disciplinar con miras a la esclavización de las clases no burguesas. De hecho, hay relatos que describen que los patrones manipulaban abiertamente el tiempo adelantándolo en las mañanas para la entrada de los trabajadores y retrasándolo en las tardes para su salida.

[3] Jean Chesneaux “La expropiación del tiempo”

Carta abierta a los trabajadores en Chiloe

Hermanos y Hermanas:

Hemos podido ver cómo han salido a defender el mar y la tierra que los acompaña en su diario vivir, sabemos que ustedes tienen una conexión mucho más profunda con su ambiente que nosotros que vivimos en la urbe, y por eso miramos con admiración cómo han conseguido una organización total de sus comunidades, paralizando por completo la isla, plantando cara a las fuerzas represoras que pretenden volver a instaurar el orden del capitalismo.

Quisiéramos poder estar allá y acompañarlos en su lucha, en los cortes de ruta, en las ollas comunes, pero sabemos que el combate contra el capitalismo debe darse de manera global. Es por esto que quisiéramos contarles nuestra experiencia con respecto a nuestras luchas en la ciudad  y, al mismo tiempo, exponer nuestras ideas con respecto a su lucha. Porque sabemos que en cada movimiento que se rebela contra el poder, está el germen de una lucha mundial por recuperar una comunidad auténtica fuera de la competencia y la valorización mercantil.

Nuestra experiencia nos empuja primero que todo a comunicar, porque creemos que si de algo han adolecido nuestras revueltas y movimientos pasados ha sido de comunicación, de conseguir instaurar una línea comunicativa  entre proletarixs que sea capaz de relacionarse estratégicamente, para así de una vez por todas librarnos del yugo capitalista y burgués. Sabemos que nosotros, los proletarios del mundo, podemos levantar un mundo nuevo, lejos de la arrogancia de políticos profesionales y autoridades que solo administran el poder que les damos para vivir sus lujosas vidas. Por eso, consideramos vital compañeros y compañeras, que no le den espacio a los políticos profesionales dentro de sus comunidades, mantengan la horizontalidad y la auto organización como pilar y principio fundamental de su movimiento, esa siempre será una ventaja ante el poder, que los quiere sumisos y jerárquicamente ordenados para así cooptar su movimiento. Quizá la única premisa que podríamos entregarles es la de tener siempre en el centro de sus actividades la tarea de RETOMAR EL CONTROL DE NUESTRAS VIDAS. De lo contrario, la dispersión, la negociación mediada por burocracias, la canalización política del rechazo general al capitalismo, será la forma que encontrará el Estado para frenar las rupturas reales del conflicto.

Por otra parte, quisiéramos ser sinceros, sabemos que muchos de ustedes quisieran volver a la «normalidad» capitalista en unos días, quizá semanas… pero a la vez sabemos que un conflicto social expresado en demandas, evidencia también un cúmulo de contradicciones que se encontraban contenidas en el funcionamiento normal del sistema, por eso quisiéramos recalcar que estas circunstancias terribles que les ha tocado vivir, no son meras casualidades o irresponsabilidades del capitalismo, son la consecuencia lógica de un sistema voraz que precisa de la devastación para su existencia, la cual no se podrá contener ni reformar con políticas ambientales, puesto que yace en su raíz la dinámica de valorización, que convierte todo lo vivo en mercancía , inherente al capitalismo y a su clase despótica, la burguesía. Vivimos este proceso en carne propia en las revueltas estudiantiles del año 2001,2006 y 2011,  en las revueltas ambientales por Hidroaysen, o en cualquier otra instancia en donde se haya respondido ante la proliferación de la catástrofe del sistema, por lo que sabemos que este es solo otro capítulo de la explotación capitalista y que las reformas políticas son mero maquillaje.

Es fundamental que nosotros, los proletarios del mundo, nos unamos no bajo siglas, ni dirigentes, sino bajo principio éticos de acción que ustedes han sabido demostrar en la acción: solidaridad, auto organización, acción directa y horizontalidad. No necesitamos partidos políticos, ni ideologías salvadoras que nos digan qué hacer, no tenemos recetas mágicas. Es urgente reivindicar la consigna de nuestros hermanxs proletarios en argentina, y decir «¡Qué se vayan todxs!», y es aún más urgente destruir las condiciones de las que provienen para que no vuelvan más. Así mismo, es indispensable reapropiarnos del programa revolucionario de nuestra clase, nuestras formas históricas e inmediatas de lucha. Programa que es una práctica histórica de clase y no una plataforma acordada entre cuatro paredes. Las posiciones revolucionarias del proletariado –el internacionalismo, la crítica del Estado y el Capital, el trabajo, el dinero, etc. – son claves en la extensión de la revuelta y el potenciamiento de las rupturas con el orden dominante. Es así que como clase vamos entrando con más fuerza en el terreno del antagonismo radical, como vamos clarificando los objetivos de nuestras acciones y podremos dar un salto cualitativo en nuestras vidas.

Para terminar, es importante saber ante qué estamos dando la batalla, y sobre todo el para qué, puesto que el capitalismo tiene muchas formas de camuflaje, ante esto, solo cabe recordarnos que la emancipación real de los trabajadores será obra de ellos mismos o no será. La necesidad de una vida emancipada de todo lo que nos oprime y destruye, está sujeta sólo a nuestras posibilidades autónomas de clase.

Hermanos; que su potencia negadora sea la yesca que prenda la hoguera de los proletarios en todo el territorio, que la lucha contra el Estado y el Capital se expanda como la peste. Nada ha terminado, todo está por empezar.

¡Vivan los proletarixs insumisxs de Chiloé! ¡Que en todas partes se alcen las comunidades en guerra contra el Estado y el Capital!.

Algunxs proletarixs por la comunización.