En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía, de hecho, depende de ella. (Guy Debord, La sociedad del espectáculo)
El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Dado el desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. (…) Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.
(Marx Prólogo a la Contribución a la Critica de la Economía Política 1859)
Vivimos años cruciales. Como nunca antes en la historia del Capitalismo encontramos tantas razones para hacer la revolución, pero al mismo tiempo nunca antes la clase desposeída se ha encontrado tan alienada y carente de su propio sentido histórico como en las últimas décadas. En este texto, haremos un esfuerzo por dilucidar algunas de las razones y posibilidades que despliega la actual coyuntura histórica de la lucha de clases, queriendo contribuir a la agitación práctica que nos permita negar rotundamente esta sociedad cuando las condiciones históricas desaten el tercer asalto proletario mundial, siendo un golpe definitivo al Capitalismo y la sociedad de clases.
Partamos por las razones.
La desoladora deriva del ser humano sometido al ciclo de reproducción mercantil, es la razón principal con la que choca la humanidad para superar el capitalismo. El desencuentro con su propia actividad, su cosificación y la de su entorno, son el reflejo más cruel de la enajenación de su vida. La pérdida del control de su tiempo al someterse al intercambio mercantil, hace de la especie una extranjera de sí misma, la venta de su tiempo constituye una renuncia constante de su existencia en favor del dinero y su acumulación privada. Esta penuria histórica y cotidiana en la que estamos sometidos y educados no nos permite reconocer su inconciencia. La autodestrucción de la especie humana y de la tierra es el espejo histórico coherente de la forma en que nos relacionamos. Para que esta alienación[1] de la vida sea un hecho objetivo, es necesario que el trabajador este obligado a vender su fuerza de trabajo, y, para que este obligado, es necesario que carezca de medios de vida, que estos medios sean de otro. Estos procesos históricos fueron rastreados por Marx en su obra cumbre, El Capital, a saber; la apropiación privada de los medios de vida y la obligación de transformar nuestra actividad en mercancía.
Este proceso histórico de enajenación se instituye progresivamente con la primitiva apropiación privada de la producción y la desposesión de las tierras comunes[2]. Al escindirse la actividad humana entre productores y propietarios se suprime la vida en comunidad y en relación directa con la naturaleza, dando pie al surgimiento de las primeras sociedades de clase. Cercando y despojando las tierras comunes, los propietarios expropian de su uso, resultado, y excedente a los productores, sometiéndolos a sobrevivir mediante la enajenación de su tiempo (primero para grandes Emperadores o Reyes, luego para señores Feudales, hasta llegar al Estado y los empresarios modernos), o lo que es lo mismo, sobrevivir a través del Trabajo (esclavo, servil o asalariado) en tanto actividad específica de las sociedades de clase, diferenciada de la actividad humana viviente en general.
En el trabajo asalariado moderno, los seres humanos son masivamente despojados de sus tierras comunes y obligados a vender su tiempo como trabajadores asalariados “libres”; libres de medios de subsistencia y libres de escoger quién y cómo los explotará. El esclavo deja de ser un instrumento de producción perteneciente a su amo, ahora el tiempo de trabajo pasa a ser una mercancía que se vende “libremente” al capitalista. La sociedad de clases se simplifica, quedando por un lado quienes no tienen nada más que su tiempo para vender: el proletariado y quienes poseen los medios de vida y obligan a otros a producir riqueza para ellos: los capitalistas. Acá, desde el punto de vista del proletariado, lo que se distingue de modos de explotación anteriores, es que el tiempo de vida alienado del asalariado no es amortizado directamente en bienes de subsistencia o protección (esclavismo, vasallaje), sino que se le devuelve mediante la forma de salario, el cual contiene nada más que la parte de valor incorporado indispensable para su subsistencia. El resto de tiempo trabajado, que es excedente producido por el trabajador, se lo embolsa el capitalista y se llama Plusvalor[3]; este proceso de acumulación es la base del modo de producción capitalista, piso material que es el motor donde comienza la amplificación necesaria para reproducir la economía. En otras palabras, del tiempo excedente de trabajo del proletariado se extrae la capacidad de generar Capital: valor convertido en plusvalor.
El eufemismo social llamado trabajo, encubre la esclavitud moderna al legitimarse socialmente a partir de la forma mercancía, pero más cabalmente a partir de que el trabajador llega a considerarse él mismo como mercancía. La embestidura tras el criterio de la igualdad mercantil, le permite al Capital ocultar la explotación sin remontarse a Dios, materializando el mito en un contrato social-mercantil que formula la condena de nuestro tiempo, la llamada Ley del valor[4]. Ésta expone el intercambio general “equivalente”, “justo” entre mercancías, pero que al mercantilizar el trabajo humano extrae de él un plusvalor que jamás le remunera, presentándose por economistas burgueses y socialdemócratas como relación fundacional de la sociedad, a la vez que “natural”.
Desde el punto de vista de la clase dominante, lo que se distingue de modos de producción anteriores es que antiguamente las sociedades de clase pre capitalistas se limitaban a apropiarse la producción y excedente del trabajo para el disfrute de la clase poseedora, en el capitalismo en cambio, el excedente no es consumido directamente por el burgués sino que es extraído para valorizar un ciclo de acumulación infinita que el capitalista gestiona, dirige y por medio del cual cobra sus ganancias. Esta ley del valor es quien regula la sociedad capitalista en su conjunto, determina todas las relaciones sociales; tanto de los productores como de los poseedores. De esta forma, al mercantilizar la explotación, la actividad productiva del ser humano queda reducida a una peculiar mercancía llamada “fuerza de trabajo” -única mercancía capaz de producir ese “plus valor”- que es transada y vendida al mejor postor, y por tanto, útil solo para quien la compra. Así, para el capitalista, su beneficio proviene de ser un funcionario del Capital, su dirigente, en tanto impone las necesidades de la ley del valor. Desde este punto de vista, el proceso de trabajo necesario para producir capital es solo un proceso entre cosas que el capitalista ha comprado y que le pertenecen; el proceso de consumo de la mercancía fuerza de trabajo y los instrumentos de producción.
Así las cosas, desde el triunfo de la burguesía hasta nuestro tiempo; el dinero ha destruido la antigua comunidad convirtiéndola en la comunidad del dinero.[5] No hemos hecho más que vivir para trabajar, y trabajar para sostener una valorización infinita y abstracta que mantiene a una cada vez más minoritaria clase poseedora. El proletariado entrega toda su vida a un proyecto social ajeno a las necesidades reales de la humanidad, donde se ha expropiado deliberadamente a la mayoría de los seres humanos no sólo de los medios de producción físicos sino de todo su conocimiento y razonamiento, así como de la tierra que habitan y las fuentes de vida natural de la que sobreviven. Lo decimos majaderamente, en el Capitalismo no importa la necesidad social que vayamos a suplir con el producto de nuestro esfuerzo, solo cuenta la rentabilidad del rol que desempeñemos. Así se explica que el valor del trabajo de un panadero, un albañil, o incluso un médico sean irrisorios si los contrastamos con el de un accionista, un futbolista, o un actor famoso o que se hable de “cambio climático” cuando todos sabemos que es la infinita sed de dinero lo que seca nuestros valles, derrite el hielo polar e incendia nuestros bosques. Lo que cuenta para esta sociedad no son nuestras necesidades ni la armonía con nuestra biósfera, sino el dinero y su capacidad de multiplicarse. Un maestro de escuela, por ejemplo, es un trabajador productivo cuando, además de encuadrar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al empresario. Que este último haya invertido su capital en una fábrica de enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la relación. La producción capitalista no sólo es producción de mercancía; es, en esencia, producción de plusvalor. El obrero no produce para sí, sino para el capital. Por tanto, ya no basta con que produzca en general. Tiene que producir plusvalor. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital.[6]
Tras el desarrollo industrial que provocó la explotación del trabajo asalariado en el siglo XIX y la consiguiente crisis de valorización a principios del siglo XX, se produce una progresiva inclusión de los trabajadores en el proceso de consumo mercantil[7], donde nuevas formas de alienación vienen a añadirse a la alienación en su sentido estricto: a la alienación en la producción se añade la alienación por el consumo, a la alienación en el tiempo de trabajo se le añade la alienación en el “tiempo libre”. Esto se traduce en el desarrollo exponencial de la industria del espectáculo, publicidad, diversión, telecomunicaciones y el sector servicios, proyectando en el proletariado una imagen invertida de la realidad, que refleja los deseos del capital y la clase burguesa, dinamitando sus tejidos sociales y la conciencia de su realidad material. De esta forma, la totalidad de la existencia humana se identifica con el movimiento mercantil, internalizando una naturaleza cuantificable y consumible como la de cualquier mercancía; el tiempo es dinero como dice el dicho burgués. En el momento en que la mercancía ha alcanzado la ocupación total de la vida social, la relación con la mercancía no sólo es visible, sino que es lo único visible: el mundo que se ve es su mundo. El Capital extiende su dictadura extensiva e intensivamente. La vida deja de ser vivida y pasa a ser contemplada, se asume inconscientemente la esclavitud asalariada a través del culto a una vida efímera, que no está en ningún sitio más que en la abstracta publicidad de las inmobiliarias, en la telenovela de turno o en el viaje soñado que realizaremos con las dos semanas anuales de “libertad” que llamamos vacaciones.
Como en la teoría de la zanahoria y el palo de Jeremy Bentham, donde toda acción humana es impulsada por la evitación del dolor y la consecución del placer, el triunfo de la vida mercantil se nos aparece como una organización totalitaria de la apariencia, que ha sustituido las antiguas relaciones sociales incubando una subjetividad pasiva y fetichista, siempre condescendiente a la valorización permanente del valor. No existe tiempo vivido fuera del ámbito de la producción mercantil, porque no existe más que el tiempo de producción mercantil generalizado. En este sentido, el consumo de mercancías, o la reproducción de nuestro día a día, se comprende solo como una etapa del proceso de circulación general del modo de producción capitalista. A este proceso, Jacques Camatte denomino “dominación real del capital” donde al proletariado no sólo le son expropiados su tiempo de vida y su capacidad mental, sino que el tiempo de la circulación ahora prevalece sobre el de la producción (…) El ciclo se cierra en una identidad: todo el tiempo de los hombres es tiempo socialmente necesario para la creación y circulación/realización de plusvalor. Todo puede ser medido por las agujas de un reloj[8].
Si antes de la dominación real del capital la lucha de clases se presentaba concretamente en la conciencia del proletariado, actualmente, la yuxtaposición entre su vida cotidiana y la lógica del intercambio mercantil, lo incorpora de lleno al proceso de circulación de mercancías, la alienación total de su realidad hace de su propia existencia como sujeto parte indisoluble de la enajenación generalizada. Capital y Proletariado se despliegan como polos antagónicos pero interrelacionados de la dominación. La derrota del segundo asalto proletario proporciona un ejemplo vivo de esta etapa, donde el viejo movimiento obrero reivindicaba al proletariado en tanto fuerza de trabajo viviente, como un sujeto histórico positivo de la revolución. En nuestros tiempos, la apología al trabajo desde una trinchera “proletaria” tiene menos sentido que nunca, y solo difunde la debacle moral entre los trabajadores y su organización revolucionaria; conformismo, pasividad, competencia, exitismo y orden.
Resumiendo, en sus inicios, la clase capitalista propagó la pobreza material despojando seres humanos de su comunidad y territorio, instaurando una estricta supervivencia a costa de la imposición del trabajo. Actualmente, salvaguarda su dominio propagando el trabajo como la única forma de sobrevivencia posible, ocultando sistemáticamente a los demás seres humanos la posibilidad de vivir creativa y directamente en relación con la tierra y la comunidad. A expensas del proletariado -y a diferencia de lo que la ideología del progreso difunde- el desarrollo del Capital ha empobrecido la vida de todos los que sobrevivimos tras la alienación de nuestro tiempo. En otras palabras, hasta ahora, el Capitalismo ha disminuido las posibilidades de enfermedad y de muerte entre los explotados, mientras que la muerte se ha instalado en la vida de cada uno como una enfermedad incurable.
Hoy en el tercer mundo, no se muere por la falta de alimentos, se muere gradualmente por consumir alimentos químicamente alterados. Hoy nuestra esperanza de vida es mayor que hace sesenta años, sin embargo la depresión, la angustia y el estrés de la vida laboral, la tornan cada vez más insufrible. Hoy no nos lamentamos por el analfabetismo generalizado, nos lamentamos por la falta de pensamiento crítico y la idiotización masiva de las pantallas inteligentes. Hoy no son problema los kilómetros de distancia si quieres comunicarte con otra persona, el problema es que nos comunicamos cada vez menos y peor. Antiguamente nadie necesitaba explicar cómo germina una semilla de tomates o se extrae el trigo, en la actualidad la relación con la tierra es tan alienada que cualquier niño imaginaría que éstas crecen directamente del supermercado. Ante la crisis habitacional y la pobreza, nuestros abuelos organizaban tomas de terreno, construían sus casas y coordinaban ollas comunes, hoy los proletarios piden créditos hipotecarios, comen comida rápida y compiten con el vecino, a cuentas claro, de pagar toda una vida trabajando obediente y disciplinadamente.
Si antes se moría súbitamente por tifus, cólera o tuberculosis, la perdida repentina en “recursos humanos” era lo realmente negativo, paliando aquello, realmente no importa si mueres gradualmente de diabetes, hipertensión, o cáncer, con tal de que te mantengas comprando medicamentos que dinamicen la industria farmacéutica y por supuesto te conserves trabajando. Las relaciones sociales elementales para la vida humana, al convertirse en mercancías se pauperizan, se empobrecen, eso lo constataron intuitivamente los ludditas ingleses del siglo XIX, los obreros industriales del siglo XX y lo seguimos evidenciando hoy, los proletarios precarizados del siglo XXI. Al transformarse en mercancía, nuestra actividad pierde su cualidad humana, su sentido directo, deviniendo en cosa, en bienes o servicios cuya finalidad última no es su realización para el disfrute social, sino generar ganancias para el capitalista de turno. El Dinero es la medida de todo lo necesario para vivir, y la única forma de tener dinero para los proletarios es trabajando, vendiendo su tiempo para que otros continúen acumulando Capital a nuestra costa. Eso es lo único que no ha cambiado entre 1871 y 2019. [9]
En todas partes, los ricos se están haciendo cada vez más ricos a toda velocidad. Los cien multimillonarios más ricos del mundo (de China, Rusia, India, México e Indonesia, tanto como de los centros tradicionales de riqueza de América del Norte y Europa) añadieron 240 millardos de dólares a sus arcas sólo en 2012 (suficiente, calcula Oxfam, para terminar con la pobreza mundial de un día para otro). En comparación, en el mejor de los casos, el bienestar de las masas se estanca, o más probablemente se degrada de manera acelerada o incluso catastrófica.[10]
Hoy en día se registra a nivel mundial más de 800 000 personas muertas por suicidio cada año (1 suicidio cada 40 segundos). La quema de combustibles fósiles necesaria para reproducir esta sociedad, añade actualmente casi seis mil millones de toneladas de CO2 a la atmósfera anualmente. Los océanos y los bosques sólo eliminan la mitad de este CO2. Por supuesto, se sigue avanzando en la depredación de los principales pulmones verdes del planeta, los mayores purificadores de CO2 que aún prevalecen en el mundo. A medida que el hielo ártico desaparece rápidamente, los científicos creen que el Ártico experimentará su primer verano sin hielo ya en el año 2040. Aun así, existen quienes están comenzando a comerciar botellas de “agua pura de hielo ártico”, el calentamiento global también paga, y muy bien por lo demás. En verano, las olas de calor azotan las comunidades rurales del tercer mundo, cada vez más empobrecidas por la infertilidad de su tierra, hay sequía producto de la privatización del uso de ríos o lagos cercanos por alguna empresa hidroeléctrica, o el monocultivo de especies en los cerros que seca todas las napas subterráneas. En invierno los aluviones destrozan todo a su paso por la tala indiscriminada de bosques que naturalmente protegían los asentamientos humanos. En Latinoamérica, la contaminación ambiental de todo tipo ha provocado que ciertos territorios sean denominados “zonas de sacrifico”, para así tener vía libre en su depredación, sin ningún reparo en el daño ambiental ni humano que generan, a condición de que sus habitantes cercanos sean proletarios, obviamente.
En este escenario, presenciamos la derrota moral extendida entre nuestra clase, que no es producto de la aceptación pasiva y consciente del Capitalismo, sino que es la consecuencia de siglos de sangrienta esclavitud, traición y enajenación generalizada. La neurosis colectiva de la que somos parte al competir por nuestra supervivencia, junto a una compleja división del trabajo jerarquizada en pequeñas cuotas de poder, dotan al sistema de un gran ejercito de esclavos sedientos de ascenso social y validación personal. Nuestra clase expresa, como ninguna otra en la historia, las contradicciones sociales que la componen en su propio seno.
Sobre nuestras posibilidades
Cuándo se funde la lucha entre un proletariado que necesita transformar radicalmente su sobrevivencia, la crisis social que empuja a grandes masas proletarias fuera del mercado, y la destrucción del territorio, se abre la posibilidad cierta de instituir un mundo nuevo. Como señala Astarian, cuando la crisis estalla, el proletariado se subleva porque la no compra de su fuerza de trabajo le excluye de las relaciones sociales y de todo vínculo con la naturaleza. Al sublevarse, los proletarios despliegan una respuesta a la crisis que en sí constituye la matriz de todo lo posible, y que es el único lugar de donde puede surgir el comunismo.
Históricamente el desarrollo del capitalismo se ha caracterizado por tener que sobrellevar sus contradicciones internas, reinventándose ante sus sucesivas crisis de valorización. Esta predisposición, marca una tendencia histórica intrínseca al capital, donde existen periodos en que la reproducción capitalista entra en riesgo por contradicciones internas a su funcionamiento -entendiendo la intensidad de la lucha de clases como variable inseparable de la propia dinámica del capital-, presentando cada cierto tiempo, periodos convulsos donde el proletariado pone en entredicho el proyecto capitalista. Esto empuja al proletariado a analizar la crisis histórica más como una posibilidad que como una catástrofe, si lo que pretende es superar al Capitalismo. La crisis de nuestro tiempo posee, como todas las anteriores, la particularidad de su contexto histórico, lo que hace de su estudio un intento constante de actualización y análisis de los procesos anteriores. No para justificar la historia pasada y decir: habría que estar en sus zapatos, sino para saber lo que NO tenemos que hacer, y decir: no repetiremos los mismos errores.
El capitalismo se diferencia de otras sociedades de clase, en que no puede subsistir simplemente apropiándose de la producción social, necesita para su metabolismo aumentar progresivamente la producción de ganancia, necesita a la vez expandirlo, amplificarlo, o muere. Es por ello, que partió en Europa y hoy es global, que empieza en espacios específicos del modo de producción y termina por invadirlo y determinando todo, no coexiste, es totalitario. Su ambición expansionista es su principal característica y la proyecta irremediablemente sobre el modo de producción. La producción y reproducción de mercancías no tienen sentido en sí mismas, sino que son puestas en circulación solo para generar más dinero, y esto cuenta tanto para las mercancías vulgares como para la fuerza de trabajo. Esta condición expansiva en que la sociedad capitalista se reproduce la empuja inevitablemente hacia su propia contradicción. Hacia la crisis.
Por un lado, la tendencia histórica de la tasa decreciente de ganancia, es una disposición intrínseca a la dinámica del Capital, donde las ganancias de la clase dominante evidencian un descenso tendencial en la tasa de beneficios, debido básicamente, a la oposición entre la infinita necesidad de expandir el capital y la finitud de sus “recursos” humanos y naturales. La tasa de ganancia es la fuerza impulsora en la producción capitalista, y sólo se produce lo que se puede producir con ganancia y en la medida en que pueda producírselo con ganancia[11]. La valorización, como fuerza centrífuga en el modo de producción capitalista, se enfrenta constantemente a la finitud de los “recursos” naturales y humanos a explotar. Por ejemplo, respetar un tiempo de descanso promedio, es una característica finita de la fuerza de trabajo, posee limites biológicos. O tener que reorganizar la producción en función del calentamiento global, etc. Esas dos características son ejemplos sencillos del carácter finito de la apropiación capitalista, pero como sabemos, debido a su necesidad de expansión, el Capital se ve empujado constantemente a tensionar la frontera de lo “aguantable”, tanto en función de la materia prima “humana” como “natural”. La búsqueda inconmensurable del beneficio individual no se auto regula a sí misma como creen los economistas liberales, solo cuando choca contra sus límites es que se adapta a la situación. El capitalismo, no es una sociedad “organizada” en cuanto tal, sino la organización del plusvalor expropiado que se asienta en el enfrentamiento permanente de intereses privados, su motor es la competencia descarnada de todos contra todos.
Producto de la competencia inherente en el mercado por acumular capital, el capitalista se ve empujado a reducir sus costes de producción, esto lo hace bien reduciendo los salarios por hora, aumentando la plusvalía absoluta[12], o bien invirtiendo en nuevas máquinas, para aumentar la plusvalía relativa[13] y por tanto la tasa de ganancia. Realizando la primera el capitalista siempre encontrará los límites necesarios de supervivencia del proletariado, que no puede pauperizar completamente porque es la carne transformadora del proceso de valorización en la producción. Supongamos entonces que el ataque directo a la jornada de trabajo no sea posible, la evolución tenderá a un desarrollo tecnológico permanente. En ese caso, la tasa de ganancia tiende a reducirse, ya que, al aumentar la composición orgánica del capital, es decir la inversión de maquinarias, materias primas, edificios, etc. (capital fijo) en relación a los salarios, fuerza de trabajo (capital variable) aumenta la masa del producto, o sea, se fabricará más unidades (aumento de la productividad) pero se ganará menos por ello -ya que dichas mercancías contienen menos valor agregado o trabajo humano, que recordemos, es la única mercancía capaz de producir valor-. Al mismo tiempo se llenan los stocks con mercancías que no pueden completar su ciclo de circulación, y comienza una espiral critica de devaluación mercantil: despidos generalizados, migraciones masivas, quiebran los pequeños empresarios, aumenta todo lo posible la duración del trabajo sin aumento de los salarios, etc.
Esta tensión en el desarrollo capitalista busca su salida temporal principalmente a partir de tres acciones:
- Grandes revoluciones tecnológicas que incorpora para aumentar la productividad.
- La industria de guerra que genera la destrucción de competidores y de capital (infraestructura), y en consecuencia la dinamización económica con la industria de reconstrucción.
- La colonización o descubrimiento de nuevos mercados internos o externos de los que parasitar para seguir amplificando capital, huida hacia el capital crediticio, especulación generalizada, colonización de nuevos territorios.
Actualmente, a menos que se emprenda la colonización de nuevos planetas, el descubrimiento de nuevos mercados que explotar esta remitida a mercados internos, lo cual supone un límite importante para las necesidades de expansión capitalista. Como vimos, la contradicción entre la necesidad intrínseca de realizar una reproducción ampliada de capital (Dinero-Mercancía-Dinero) y la finitud de sus materias primas, genera como consecuencia principal e inmediata el ingreso de nuevas tecnologías y la automatización progresiva de la producción. Esto provoca una sobreproducción que desvaloriza las mercancías al contener menos cantidad de trabajo humano. En esta situación, el mercado tiende en primera instancia a expulsar mercancías: esto es expulsando trabajadores al trabajo precario, ilegal o derechamente el desempleo. Y en última instancia, destruir las mercancías excedentes para conseguir revalorizar el mercado: esto es la guerra material generalizada. Nos dirán que este ciclo podría repetirse eternamente, pero no es así, los ciclos de crisis nunca son idénticos, puesto que cada vez se parte de una productividad mayor y el desgaste de la fuerza de trabajo y la naturaleza también es mayor.
Otro aspecto medular de esta crisis radica en el carácter cada vez más social de la producción y el carácter cada vez más privado de la apropiación capitalista, donde tienden a contraerse de forma inmanente al desarrollo del Capital, las fuerzas productivas al interior del mismo.
La crisis capitalista no comporta solo un proceso económico objetivo, donde la clase dominante imagina constantemente fórmulas para seguir ganando dinero a costa de los trabajadores, sino que es una contradicción viva entre la producción humana y la apropiación privada; por un lado la apropiación privada necesita de la actividad humana para producir valor, por otro lado la empuja fuera de la circulación. Anteriormente vimos que el capitalista, ante la tasa decreciente de ganancia, históricamente tiene que echar mano al perfeccionamiento de sus medios de trabajo –con el consecuente aumento en la productividad- que le permite reducir el coste de la producción y así mantener la cuota de ganancia. Esta medida, es temporal, puesto que debido a la competencia prontamente esa incorporación tecnológica se socializará entre los capitalistas y estarán nuevamente ante los mismos problemas. La contradicción de este modo capitalista de producción consiste precisamente en su tendencia hacia el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, la cual entra permanentemente en conflicto con las condiciones específicas de producción dentro de las cuales se mueve el capital, y que son las únicas dentro de las cuales puede moverse[14]. El desarrollo constante de las fuerzas productivas empuja involuntariamente a los capitalistas a un aumento de la producción y a una disminución del consumo de fuerza de trabajo, esto evidencia como a lo largo de la historia del Capitalismo se socializa la producción involuntariamente a través del intercambio, puesto que el aumento en la productividad, el mercado mundial, y la automatización paulatinamente sientan las bases para una forma de producción interdependiente y conectada. El desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social es la misión histórica y la justificación del capital. Precisamente con él crea inconscientemente las condiciones materiales para una forma de producción superior. Lo que desasosiega a Ricardo es que la tasa de ganancia acicate y condición de la producción capitalista, así como impulsora de la acumulación se vea puesta en peligro por el propio desarrollo de la producción.[15]
Mientras la dictadura capitalista somete mundialmente a la población a una producción incesante de mercancías y capital, ocurre paralelamente que el enorme impulso de productividad basado por ejemplo, en la microelectrónica, lo arrastra a que haya una demanda decreciente de la fuerza de trabajo en función de las innovaciones tecnológicas que automatizan la producción. Desde la lógica del Capital, esto se traduce en una disminución del valor de cada mercancía lo que implica un problema, ya que: La producción se detiene no allí donde esa detención se impone en virtud de la satisfacción de las necesidades, sino donde lo ordena la producción y realización de ganancias[16]. Por esta razón, el aumento de la productividad bajo el capitalismo no conducirá nunca a una mejora de la condiciones de existencia del proletariado ni a un incremento del tiempo libre, sino a despidos masivos, acentuación del ritmo de trabajo, flexibilidad laboral, precarización, migraciones, devaluación de la fuerza de trabajo. mayor depredación del medio natural, etc., en otras palabras, garantizar la cuota de ganancia capitalista pese a la disminución del valor por mercancía debido al incremento de la productividad.
Aunque el aumento de la productividad en términos de uso significa que se pueden producir más bienes y servicios en la misma medida de tiempo, hay que dejar en claro que mientras el modo producción capitalista exista, jamás se traducirá en un aumento del tiempo libre general. El ser humano ha descubierto la técnica cinematográfica y numerosos actores se han encontrado sin empleo. El film mudo ha dejado su lugar al film hablado y millares de músicos se han quedado sin empleo. Mientras más fácil y rápidamente se pueden construir casas, más hombres deben vivir apretujados en sus alojamientos. Mientras más trigo y café se cosecha, más se tira al mar y millones de personas tienen menos para comer. He aquí el absurdo de la economía capitalista. Mediante progresa el capital se evidencia cada vez más su tautología hueca, la incoherencia generalizada, esto reviste una posibilidad cada vez más evidente para los explotados pero al mismo tiempo más ultrajante: la vida asalariada en el capitalismo está viciada ¡¡¡Se produce para generar dinero no para satisfacer necesidades humanas!!! La capacidad productiva para sustentar a toda la población no es un “merito” del Capital, -que de todas maneras no cumple a cabalidad- sino una precondición de su funcionamiento, puesto que el capital necesita de nuestra conservación como base material. El plusvalor refleja la producción excedente apropiada y acumulada por la clase capitalista pero que está determinada no por su consumo sino por su valorización. La prueba de esto son las crisis de valorización donde el capital debe destruir parte de las mercancías circulantes para seguir existiendo, y esto incluye a las mercancías humanas. La “destrucción creadora” como el hecho esencial del capitalismo en términos del capitalista Schumpeter es un eufemismo que habla por sí solo.
Esto refleja un hecho sustancial, el de que la fuerza de trabajo – verdadero motor de la valorización capitalista- cada vez se vuelve más innecesaria para desarrollar las fuerzas productivas sociales. Para el Capital producimos valor a la vez que somos una traba para su desarrollo. Al percibir que su “función” tiene una importancia cuantitativa cada vez menor en el proceso de vida total del capital, el proletariado puede hoy hacerse consciente, de forma inmediata, de la inutilidad de su esclavitud asalariada, y destruir así las cadenas que lo atan al capital. [17] El capital, en su afán por expandir el tiempo de trabajo excedente, reduce el tiempo de trabajo necesario al mínimo mediante el empleo de la técnica y el conocimiento a la producción. Esto crea la posibilidad de una apropiación social de la producción que permita la reapropiación del tiempo de trabajo excedente como tiempo disponible.
Esto no es una predicción ni un fetichismo tecnológico, sino una tendencia histórica, el desarrollo de esta dinámica en el seno del capitalismo puede llevarnos a una nueva forma de producción por caminos distintos, tanto de debacle planetaria como de superación revolucionaria, o las dos a la vez. El productivismo capitalista evidencia nuestra miseria en dos sentidos: vital -en tanto demuestra la alienación social de la producción, que se refleja a la vez en la penuria existencial de cada individuo que participa en ella- y natural –en tanto demuestra la enajenación de nuestro entorno, convertido en recurso y depredado hasta encontrar limites irreconciliables con la vida en el planeta. El capital a medida que progresa socaba sus propias bases materiales, es lógico que la finitud del mundo natural ante el modo de producción capitalista se manifieste en crisis ambiental, lo que no es lógico es que debamos esperar a que ocurra una debacle planetaria para tener que asumir la transformación de la vida social en el planeta. Esta contradicción no implica una imposibilidad de seguir existiendo para el Capital, no intentamos esbozar acá un mecanicismo histórico entre periodos de reflujo y revolución, sino advertir majaderamente en que el proletariado es parte indisoluble de esta contradicción y que por tanto su acción revolucionaria y negadora por hacer posible el comunismo es lo único que nos entregará una salida real a la crisis y a la no-vida en el capitalismo.
Mientras sigamos reproduciendo el ciclo de valorización y los medios de trabajo se sigan especializando, y como hemos visto, lo harán, la gran mayoría de los seres humanos no tiene otra opción que venderse de alguna manera y se ven obligados a hacerlo en condiciones cada vez peores. Si a esto le sumamos el tope evidente que existe entre la crisis de valorización y el trastorno de la biosfera ante su continua explotación tenemos que no estamos simplemente frente a una de las crisis cíclicas del capitalismo, sino ante una crisis fundamental que lleva a la sociedad capitalista indefectiblemente a su límite histórico absoluto y que – como es sabido – conlleva la destrucción de las bases naturales de la existencia, víctima del insaciable apetito de valorización del capital, lo cual no significa que el capitalismo se “derrumbe“ de un día para el otro. Más bien se trata de un largo proceso que puede prolongarse por varias décadas, con consecuencias catastróficas para la gran mayoría de la población mundial, a menos que se logre romper con la lógica de valorización y su dinámica destructiva.[18]
Por ello esta contradicción fundamental y latente, no abrirá el camino de la emancipación por sí sola, antes la clase capitalista interpondrá todos los subterfugios existentes para eternizar sus privilegios, sin importar incluso la destrucción del planeta o parte de sus fuerzas productivas si es necesario. El capitalismo no se volverá por sí mismo caduco. En este sentido, el proletariado en lucha debe necesariamente auto-negarse en tanto clase productora de plusvalor, lo cual implica el surgimiento de una comunidad humana que tome en sus propias manos la producción social de la vida en el planeta, imponiendo la satisfacción de las necesidades humanas como base para la construcción de un nuevo mundo. De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.
Algunos apuntes sobre la revolución que viene.
No sabemos qué pasará en el futuro, quizá la industria tecnológica -que será siempre industria del Capital mientras la producción siga siendo pensada para intereses privados y separados del todo comunitario- encuentre nuevas formas de superar la crisis planetaria, como las abejas robóticas de Monsanto, la colonización de otros planetas para extraer materias primas o la construcción de ciudades “islas” en el primer mundo, para preservar la producción capitalista a expensas de la debacle humanitaria. Incluso, la crisis ambiental no nos asegura nada en sí misma, de darse sin un proyecto unitario de transformación revolucionaria lo más probable es que solo afecte a los desposeídos y vulnerables del sistema, la inmensa masa de proletarios del mundo. Basta con ver el terremoto en Chile del año 2010, los incendios forestales que arrasaron localidades completas, o los aluviones que afectan lógicamente las construcciones más precarizadas.
Hasta ahora, las crisis del capital ha generado ciclos de crisis de valorización que han sido superadas por el mismo proceso capitalista, (gracias a la colonización de nuevos mercados, el desarrollo tecnológico y fundamentalmente la industria de Guerra y sus consecuencias) a la vez que el proletariado en armas encontraba su derrota en su propia afirmación política (derrotas del proletariado, I y II asalto proletario) que decantó siempre en optar por uno de los polos de esta contradicción fundamental; el trabajo. Hoy sabemos que no hay nada que estatizar ni nada que auto gestionar en el capitalismo, pues el problema no es simplemente como se distribuye la producción y su excedente sino que también cómo se produce y para qué. No se trata de una lucha por el plusvalor, como decía Trostky, sino de una lucha sin rodeos mercantiles por la totalidad de la producción. Por tanto, la revolución será de carácter social, no meramente política; no se trata de tomar el poder y conquistar los medios de producción para distribuir equitativamente las mercancías. Se trata de transformar radicalmente el modo mercantil en que producimos nuestra existencia, desde como producimos nuestra comida hasta como habitamos nuestros territorios. Si la revolución triunfante expropia a la clase capitalista de los medios de subsistencia, pero los trabajadores siguen dependiendo de la producción en empresas separadas que intercambian sus productos, no se habrá abolido el Capitalismo, sino que solo se estará auto-organizando y distribuyendo equitativamente el plusvalor, seguiremos encadenados al contrato social de la ley del valor y por tanto asumiendo la cosificación de nuestra existencia. La revolución, permite una apropiación directa de los medios de vida a disposición integra de las comunidades, que derrochará en productos útiles, edificios por habitar, comida y tiempo disponible. La expropiación generalizada de todo el producto histórico de la explotación del trabajo humano, permitirá transformar cualitativamente la vida allí donde las medidas comunistas vayan tomando lugar. El comunismo se entiende, por tanto, no en términos de una nueva distribución de la misma clase de riqueza basada en el tiempo de trabajo, sino como basado en una nueva forma de riqueza medida en tiempo disponible. El comunismo supone nada menos que una nueva relación con el tiempo, o incluso una forma diferente de tiempo[19] En este sentido, al reapropiarnos del tiempo la producción y reproducción del mundo material dejaran de ser esferas opuestas, así como todas las dicotomías propias del mundo capitalista: subjetividad y objetividad, individuo y sociedad, esfera privada y esfera pública, y muchas más.
Ésta revolución por venir supondrá una reestructuración integral de la producción y distribución de bienes. Tanto los Cómo y los Para qué de la producción cobrarán nuevos significados en el seno de la nueva organización social, donde antes había producción en función del beneficio privado, se pondrá la producción en función de necesidades sociales. La era del productivismo llegará a su fin. Si la producción dejará de ser privada para convertirse en producción social involucraría el desmoronamiento de la racionalidad mercantil: criterio de lucro, valor de cambio, plus valor, precio, rentabilidad, tiempo de trabajo, escolarización, etc. toda producción en tanto actividad humana auto-consciente, será coordinada y distribuida libremente por órganos territoriales comunes en coordinación mundial, el criterio de medición equitativa del trabajo abstracto se volvería innecesario puesto que no hay nada que retribuir individualmente más que la totalidad de la producción social, por consiguiente, los bienes básicos de subsistencia serian distribuidos de manera libre sin necesidad de ser intercambiados por algún tipo de mediación social.[20]. Tamaña tarea social, requiere de una coordinación internacional que consiga abolir las abstractas fronteras impuestas por la burguesía. Cualquier intento por realizar el comunismo en un solo país, será expresión de su fracaso. Sólo de nuestra actividad coordinada como seres humanos proletarizados, depende la superación revolucionaria del Capitalismo y la imposición del comunismo a nivel mundial.
¿Revolución o Utopía?
Este tercer asalto, debe imponer el Comunismo y la Anarquía desde el primer momento, sin demora y sin medias tintas. Pero, las formas de actividad comunistas sólo serán una opción cuando sean puestas en práctica desde una voluntad consciente de la humanidad, decidida a ponerle freno al capitalismo, compartidas por una parte importante de la población, y en función de necesidades reales en un momento dado.
La revolución no es un ideal que alcanzar cuando la acumulación de conciencia o hegemonía sea suficiente. Tampoco se trata sobre que ideología «revolucionaria» escoger. Como hemos visto, las razones para acabar con este modo de vivir se encuentran en el despojo cotidiano, violento e historico de nuestra vida, de nuestro tiempo. En consecuencia, el posicionamiento en los momentos revolucionarios debe ser coherente; se toma partido por el control directo de nuestras necesidades vitales o seguimos delegando nuestra existencia a la mediación mercantil y la acumulación privada. El arquetipo utópico de que una vida en comunidad sólo será posible cuando todos seamos seres humanos integrales, deconstruidos y justos es completamente reaccionario. Solo cuando sean transformadas las condiciones sociales de producción veremos un cambio real en nuestra conciencia que irá en provecho de la revolución. El sentido común que nuestro tiempo nos impone se verá absolutamente trastocado cuando los modos de producir la vida sean modificados. Antes de eso, debemos entregar todos nuestros esfuerzos en dilucidar lo que no queremos, aprender de nuestra historia y desarrollar nuestra teoría revolucionaria sin las anteojeras ideológicas. La ideologia es pensamiento muerto, cristalizado, vuelto mercancia. ¡Las siglas y las vanguardias son parte del viejo mundo! El pensamiento colectivo hacia la destrucción del capitalismo es todo, la comunidad humana es como un viejo topo que emerge cuando las contradicciones desatan la superación del capitalismo como asalto a la liberación del tiempo y las necesidades.
Por una revolución a titulo humano.
Los proletarios harán la revolución para vivir mejor, no por lealtad a un ideal.
PROLETARIOS DEL MUNDO: ¡UNÍOS! CONTRA LA CATÁSTROFE CAPITALISTA HASTA EL COMUNISMO Y LA ANARQUÍA
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[1] Alienación: palabra que designa la fractura entre la auto-consciencia de la especie posible bajo determinadas relaciones sociales. Es interesante señalar que esta palabra contiene dos significaciones que aunque parecen opuestas vistas por separado, cobran gran sentido al ser vistas desde el punto de vista de la totalidad. Por un lado en su asignación económica, responde al hecho de “vender” o “transferir” un bien. Por otro, contiene una asignación médica- psiquiátrica que alude a un estado de locura donde el paciente se encuentra extraño de sí mismo, sin reconocerse ni a él ni a los demás. Comprendiendo ambos significados, podemos decir que su aplicación en la sociedad capitalista moderna responde al estado de inconciencia existencial provocado por la mercantilización de la naturaleza y de la vida. La falta de sentido histórico con respecto a sus condiciones de existencia responde, directamente al hecho de que el proceso de “venta” es desgarrador física y psicológicamente, pues al separar al hombre de su comunidad y naturaleza transformando todo en mercancía intercambiable, se impone como natural la apropiación individual del trabajo ajeno, algo que antes no era de nadie, o lo que es lo mismo, era de todos. Generalizando el despojo, la locura se vuelve racional y el sacrificio se torna virtud.
[2] Este proceso de despojo duró cientos de años y puede situarse desde las primeras sociedades de clase (modo de producción asiático y Antiguo), hasta el feudalismo y las sociedades de clases precapitalistas. Si bien estos procesos (apropiación privada de: la tierra y el trabajo humano) no ocurren simultáneamente en todos los lugares, existe una correlación de estos dos factores que permite que al conjugarse, se den las condiciones propicias para una acumulación originaria que dé pie al modo de producción capitalista.
[3] Lo único que distingue unas formaciones económico sociales de otras, por ejemplo, la sociedad de la esclavitud de la sociedad del trabajo asalariado, es la forma en que este plus-trabajo le es arrancado al productor directo, al trabajador (…) La tasa de plusvalía es, pues, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista. Karl Marx “El Capital Capitulo VII La producción de plusvalía absoluta”
[4] Ley del valor: El valor de una mercancía depende de la cantidad de trabajo directa o indirectamente necesario para su fabricación. Así el valor de la mercancía fuerza de trabajo, también se paga por lo que cuesta producirla (medios de subsistencia necesarios para que el trabajador realice las funciones laborales) no por lo que produce para el capitalista.
[5] Marx, Karl “Grundrisse: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política”, Madrid, Siglo XXI, 1972, p. 157 del vol. 1
[6] Marx, Karl “El Capital” libro I, sección quinta, capitulo XIV, pág. 616
[7] Hasta antes de la crisis de 1929, el proletariado solo era considerado en el mercado en tanto fuerza de trabajo, posterior a la gran crisis de valorización de capital, los economistas comprendieron que era necesario dotar de mayor dinamismo a la economía, abriendo paso a la creación de un nuevo mercado interno; la posibilidad de dar créditos y acceso a los proletarios a las mercancías que ellos mismos producían. Este impulso facilito el desarrollo de la industria publicitaria y las telecomunicaciones, las que desarrollaron profundos cambios en las relaciones sociales a través de la incorporación de nuevas tecnologías a la industria del espectáculo, contribuyendo a consolidar una identidad mercantil que acerca al proletario a reconocerse en el proceso de su enajenación. Asumiendo colectiva e inconscientemente su sometimiento al mundo de las mercancías.
[8] Camatte, Jacques, Collu, Gianni; “Transición”, 1969, Traducción: Comunización Ed.
[9] Desde el progresismo nos podrían decir: “Pues emprenda, que hace trabajando para otro si lo puede hacer para usted mismo” Pero aquel no es el problema, no se trata de auto gestionar el trabajo ni de “liberarlo”, sino del robo de la producción social en general, nada que podamos hacer de forma individual podrá devolvernos la expropiación de nuestro ser colectivo. Esta expropiación incluye nuestro tiempo y territorio, y por tanto es la imposición generalizada del trabajo abstracto, como medida universal de supervivencia la que nos ata a seguir un ciclo infernal de trabajo y valorización.
[10] David Harvey “Diecisiete Contradicciones y el fin del Capitalismo”
[11] Marx, Karl “El Capital”, Libro III, Capitulo XIII, “Ley de la tasa decreciente de la cuota de ganancia”
[12] Plusvalor producido por la extensión del empleo de la mercancía fuerza de trabajo, se le puede extraer más valor estirando las jornadas laborales o reduciendo los salarios.
[13] Plusvalor producido por la incorporación de nuevas técnicas que abaraten los costos de la producción, logrando que la fuerza de trabajo produzca más en el mismo tiempo, o produzca lo mismo en menos tiempo.
Autores como Jacques Camatte, afirman que actualmente esta diferenciación es insuficiente, puesto que el metabolismo capitalista ha roto todas las conexiones técnicas y sociales del proceso de trabajo, reunificándolas como procesos intelectuales del proceso de autovalorización capitalista. En este sentido, toda plusvalía es relativa, en tanto que la fuerza de trabajo ha pasado a ser expropiada de tal forma, en que es considerada como parte indisoluble de la propia circulación de Capital. Ver: “Transición” de Jacques Camatte y Gianni Collu.
[14] Marx, Karl “El Capital”, Libro III, Capitulo XV, “Desarrollo de las contradicciones internas de la ley”
[15] Ibid.
[16] Ibid.
[17] Camatte, Jacques, Collu, Gianni; “Transición”, 1969, Traducción: Comunización Ed.
[18] Norbert Trenkle, “La crisis del trabajo abstracto es la crisis del capitalismo”
[19] End Notes “Comunización y forma valor”
[20] “Los que hagan instrumentos musicales se irán luego a una cantina local sin preocuparse de obtener algo a cambio, ya que esos instrumentos musicales no les habrán costado nada, ni siquiera trabajo” Bruno Astarian “Comunización como salida de la crisis” 2009